“Las cosas que cuestan son las que valen”. Esta enseñanza tan sencilla parece haber caído en el olvido. Nuestra sociedad ya no valora el sacrificio ni el esfuerzo como algo bueno para el hombre. Nuestra cultura prefiere lo fácil Y lo barato. Es una sociedad de usar y tirar. Todo se devalúa. Nadie lucha por arreglar las cosas. Cuando algo nos va mal: “a otra cosa, mariposa”.

Jesús nos invita sin embargo a tener una actitud completamente opuesta a esta. El camino de la vida, no solo el que lleva a la vida con mayúsculas, sino también el que hace que la vida sea auténtica y merezca la pena; es siempre un camino que va más allá y más arriba. Como decían los antiguos romeros camino de Santiago: “Ultreya, suseya”.

El camino fácil, ancho y dilatado, es muy seductor y siempre tendremos la tentación de escogerlo para evitarnos lo más posible el esfuerzo y el sacrificio necesarios. Pero no es más que un engaño, algo seductor que promete lo que no puede dar. Ese camino no nos lleva a dónde queremos ir. Entonces, ¿de qué nos sirve escogerlo si terminamos llegando a donde no queríamos llegar, convirtiéndonos en lo que nunca quisimos ser?

El señor nos invita a un camino de excelencia. Algo que no es fácilmente comprensible y que por tanto solamente se puede ofrecer aquellos que sean capaces de reconocer la grandeza de la empresa. A los que acaban de empezar a dar los primeros pasos en la fe no se les puede pedir tanto, no son capaces de asumir lo que ello implica. Por eso puede ser incluso cruel ofrecer una plenitud total, una belleza tan admirable, una meta tan alta; a quien aún no puede asimilarlo humanamente hablando. Quizá, detrás de muchas de las personas que han demostrado tener un odio o un gran rechazo a la iglesia, puede que lo que se esconda sea esta experiencia de frustración y sentimiento de indignidad que pudieron vivir en el pasado: aspiraron a lo más alto y pronto vieron que no eran capaces de llegar.

Sin embargo, cuando acompañamos y proponemos para recorrer en la fe un camino verdaderamente humano; cuando pedimos a los demás que den esos mismos pasos que nosotros necesitamos dar cuando estábamos en sus mismas circunstancias; entonces el camino es posible.

No es un camino fácil pero tampoco lo recorremos solos. Dios mismo se ha hecho en Cristo compañero nuestro. El camino angosto y estrecho es el camino que Cristo ha recorrido por la cruz hasta la luz. El camino de la obediencia plena a la voluntad del Padre y es también el camino del amor hasta la entrega de la propia vida por los amigos.

Es un camino exigente pero no hay engaño en él. No es seductor, sino que atrae con el poder de la verdad. Este camino sí que nos lleva a donde queremos llegar. El camino de la vida, el camino de la plenitud.