Ser el precursor. Esta es la vocación del Bautista. Para eso nació, para eso vivió y para eso murió. Para prepararle al Mesías de Israel un pueblo bien dispuesto. Como diría su padre, Zacarías: “Y a ti, niño, te llamaran profeta del Altísimo, porque eras delante del Señor a preparar sus caminos, anunciando a su pueblo la salvación, el perdón de los pecados, para guiar nuestros pasos por el camino de la paz”.

Juan ha sido el precursor del Señor en su concepción extraordinaria, en los nueve meses de su gestación, en su nacimiento, en su vida pública, en su pasión y en su muerte. Pero tuvo que esperar a la resurrección de Cristo y su descenso a los infiernos para poder entrar con Él en la gloria del cielo. En labios de Jesus es “el más grande de los nacidos de mujer” y sin embargo él, como otro justo más, como los santos del antiguo testamento, tiene que ser despertado del sueño de la muerte y levantado por Cristo hasta su trono de cielo.

La vocación del Bautista es la de señalar a Jesús presente en medio de los hombres: “Este es el cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. La misma frase que dice el sacerdote para invitar a los fieles a participar en la mesa eucarística: “Dichosos los invitados a la cena del Señor, añade a continuación.

Y es que esta es la misión más urgente y apremiante. Ser, como lo fue Juan en el desierto, un signo de contradicción, una señal inevitable, una piedra de tropiezo, un escándalo, se mire como se mire. Para que los hombres no tengan más remedio que al ver la vida de los creyentes, sorprendidos ante la vida de los cristianos, preguntarse: ¿qué es esto que estamos viendo? ¿Qué significa esta vida tan novedosa como extraordinaria?

Así, siendo un signo vivo y elocuente podremos responder a esa pregunta tanto si se formula explícitamente como si se queda en el corazón de los que nos contemplan. La respuesta clara y netamente dicha es esta: “Es Cristo que está vivo en medio de nosotros”.

Como el dedo que señala al cielo y que hace que los rostros se eleven hacia lo alto para contemplarlo. Así es la vida de un creyente: como Juan Bautista, un dedo que señala a Cristo en medio de la vida, en medio de los suyos.

Esta vocación es propia de todo creyente, la misma que escuchó el profeta Isaías cuando Dios le dijo: “Es poco que seas mi siervo y restablezcas las tribus de Jacob y conviertas a los supervivientes de Israel; te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra”.

Es la vocación profética que hace que la palabra no sea letra muerta sino vida en abundancia para el presente. “No nos señalamos a nosotros mismos, como decía Juan, yo no soy quien pensáis, sino que viene detrás de mí uno a quien no merezco desatarle las sandalias”. Es la vocación del profeta, que anuncia el cumplimiento de la palabra en un lugar y en un tiempo concretos, convirtiéndola en fuente de salvación para quien la escucha.

El nacimiento de Juan fue motivo de alegría para todos los que le esperaban. Todos quedaron sobrecogidos y ya desde entonces se preguntaban: ¿Qué va a ser este niño? Y San Lucas se apresura a añadir: “Porque la mano de dios estaba con él”.

Esa es la razón por la que nosotros podemos asumir esta vocación y esta misión de anunciar a Cristo en un mundo que ni le busca, ni la espera y aparentemente tampoco lo quiere, sino que lo rechaza. Esa “voz que clama en el desierto” es muchas veces nuestra propia voz en nuestro mundo. Pero no tenemos nada que temer porque no son nuestras palabras ni nuestras obras, lo que hace que los corazones se conviertan, tampoco es nuestra fuerza ni nuestra sabiduría, lo que hace que los corazones se vuelvan hacia Jesús, sino la mano de Dios que está con nosotros, el poder del Espíritu Santo que habita y anima nuestras vidas.

El mundo espera una novedad hoy y siempre. Como lo esperaba en tiempos de Jesús. Juan anunció esa novedad. Su aparición fue una preparación para la revelación del Mesías esperado. Juan, que había saltado de alegría en el vientre de su madre al reconocer al Señor y Salvador de los hombres en el seno de María. Juan es el que quiere que también hoy los corazones se levanten y salten de alegría en la presencia de Jesús. Hagámoslo posible.