“Apártate, Satanás, que me haces tropezar. Tú piensas como un hombre, no como Dios”. Éstas fueron las palabras con las que Jesús increpó a Simón cuando éste último le propuso un plan alternativo a la voluntad de su Padre del cielo. Siempre me han parecido unas palabras difíciles de aceptar como reproche, porque no creo que se pueda echarle en cara a un hombre que piense como un hombre.

Un ejemplo de esto lo encontré hace años en un campamento de niños. Cuando les explicaba el evangelio de hoy quise ponerlos a prueba. Hice dos equipos, dos bandos opuestos. Se trataba de decidir qué era más importante, qué cosa era más urgente: curar a la niña de doce años, hija de Jairo, jefe de la sinagoga de Cafarnaúm. O curar a aquella mujer que llevaba doce años humillada y avergonzada porque padecía continuos flujos de sangre y por tanto siempre se consideraba impura según la Ley de Moisés.

Los niños de uno y otro bando defendían valientemente su posición dando argumentos de lo más ocurrentes para que Jesús se decantará por curar a “su paciente”. De un lado, los niños partidarios de la niña de doce años exponían con fuerza el argumento de salvar una vida que está a punto de apagarse, se trataba de una cuestión de vida o muerte. Otro argumento importante era que la niña tenía todo el futuro por delante.

Los defensores de la mujer hemorroisa destacaban la situación crítica a la que había llegado esta mujer arruinándose por intentar su curación con todas las medicinas y todos los médicos que había encontrado en esos años. Con el agravante de que no había tenido ni el más mínimo éxito. Otro argumento era la permanente humillación a la que se veía sometida esta mujer por su condición.

Y así transcurrieron los minutos y todos se sentían con la autoridad suficiente como para proponerle a Jesús a quién tenía que curar prioritariamente. Me acordé de las palabras de Cristo anteriormente mencionadas y las adapté al plural: “vosotros pensáis como los hombres y no como Dios”.

Dios no hace triaje. No tiene que hacer ningún cribado para evaluar las prioridades de atención, privilegiando la posibilidad de supervivencia. Dios no tiene que elegir a quien salvar porque de hecho salvará definitivamente a las dos.

Esta es la Buena Noticia, el Evangelio: Dios no te compara con ninguna otra persona porque no tiene otra prioridad que no seas tú. Dios no hace acepción de personas, no hay categorías en su corazón.

Se compadece de la mujer humillada que con fe toca la orla de su manto con la certeza de que tan solo por eso quedaría curada. Pero no solamente le hace ese favor tan importante para ella, sino que le anima a salir de su anonimato, dar un paso al frente y ponerse a tiro del amor redentor de su corazón.

Pero curar a la mujer no significa abandonar a la niña. La fe de su padre lo merecía. Aunque pensaran que la niña ya había muerto y no había nada que hacer, Jesús rotundamente anuncia que la vida ha vencido ya a la muerte y tomando a la niña de la mano la levanta como signo de la resurrección que ha venido a traer para toda la humanidad.

No deberíamos pensar como los hombres que dividen y pierden sino como Dios que multiplica y gana siempre. Su misericordia es eterna y su fidelidad Dura por todos los siglos. “Dios no hizo la muerte ni se alegra en la destrucción de los vivientes; todo lo creó para que subsistiera”. Y todo es todo. Este es el deseo de Dios: que no se pierda nada, que su amor no se lo pierda ninguno.