Apostar por Cristo requiere entregarle la vida de igual modo que Él la ha entregado a su Padre Dios. Nuestro seguimiento del Salvador requiere un camino de identificación con Él, de modo que aprendamos día a día, con la meditación profunda de la Sagrada Escritura, el testimonio de los santos y la moción de la gracia, las razones íntimas de tantas «burradas» como nos pide, como la del evangelio de hoy. ¿O acaso es fácil comprender que Dios quede por encima de nuestros afectos más íntimos aquí en la tierra, como son los de padre y madre?

Cuando está implicado lo que más queremos, pueden surgir los problemas en nuestra relación con Dios. Decía San Agustín que si quieres conocer a una persona, no le preguntes lo que piensa, sino lo que ama. Nuestros amores definen nuestras acciones. Este hecho nos orienta en el conocimiento de las personas más que por su hablar, por su actuar: igual que en la educación de los niños, interesa no tanto lo que les decimos, sino lo que hacemos.

Tenemos muchos apegos que podemos descubrir a través de lo que actuamos. En las razones profundas que justifican nuestras acciones se nos muestran muchos cables que atan nuestro camino hacia la santidad, a veces tan invisibles que no nos damos ni cuenta.

Hoy Jesús se mete en modo kamikaze en nuestra vida interior para bombardear nuestros apegos más íntimos y profundos, esenciales y necesarios. El mundo nuevo que trae el Señor, el Reino de Dios, requiere criterios nuevos de existencia: éstos se basan en la gracia divina.

Por eso, en realidad, más que oposición con los afectos paterno y materno, la «burrada» de hoy trata más bien de exponer la sobreabundancia de amor que establece unos vínculos de amor más fuertes que ese apego paterno: se trata de la revelación del mismo amor de Dios. Es el único modo de entender que Dios no busca explotar nuestra santabárbara de afectos familiares, sino llevarlos a plenitud.

Se trata de la vida “en Cristo”, que no vivimos por imitación, sino por gracia. No es nada fácil de pillar el truco. Pero si no lo pillamos, difícilmente entenderemos lo profundo de este y otros muchos pasajes del evangelio, en que el Señor nos pide auténticas «burradas» (humanamente hablando, claro).