La fiesta de la Virgen del Carmen nos impidió ayer comentar la Pascua judía, el paso salvador de Dios que libera a los israelitas de la esclavitud a causa del pánico de la última plaga: la muerte de los primogénito. Tras 430 años de estancia en el país del Nilo, emprenden su camino hacia Israel, la Tierra Prometida. El Señor escuchó las súplicas de los israelitas y envió a su caudillo para que les guiase hacia la tierra de promisión.

Este paso liberador de Dios es la fiesta más importante para los judíos. Providencialmente, aquello que sucedió en el gran éxodo del pueblo, sucederá de un modo mucho más pleno y definitivo con el Mesías, cuyo sacrificio derramará sobre nosotros la sangre salvífica que nos libra de la muerte. Sucederá en esta misma fiesta. De hecho, por ser la víspera de la Pascua, la crucifixión de Jesús se hizo a toda prisa, para poder prepararse y maquillarse para la gran fiesta judía.

El paso salvador del Señor consiste en un camino, una peregrinación hacia la tierra nueva. Cada día que nos levantamos, recorremos una jornada más hacia esa meta, que es la gloria. Nuestra vida, mirada con esa perspectiva, contiene una esperanza que le da sentido a todo lo que vivimos. Dios no deja de estar cada día a nuestro lado, aunque cada día puedan suceder cosas buenas y malas. El éxodo judío era un paso salvador del Señor, pero no estuvo exento de dificultades, de cansancios, de tensiones. El pobre Moisés se comerá todos los marrones, llegando a desesperarse en varios momentos por las quejas de los fatigados israelitas. Pero el Señor no los deja de su mano. Dicen que Dios aprieta, pero no ahoga. Otras dos versiones: «Dios aprieta, pero mucho»; «Dios aprieta, pero no suelta».

Varios jóvenes de la parroquia están haciendo el camino de Santiago, un modo precioso de experimentar este paso salvador de Dios en el paso de nuestras vidas.