LUNES 19 de julio de 2021

Lunes de la Semana 16 del Tiempo Ordinario

 Los signos de Jesús

Todos sabemos lo que es un signo: algo visible que nos lleva a algo invisible. La tristeza o la alegría son estados de ánimo, y por tanto forman parte del “anima”. Son invisibles. Pero nuestro el gesto alegre o triste se convierte en un signo visible de ese estado real pero invisible.

Para los contemporáneos de Jesús, en el contexto de la cultura hebraica, hablar de signos era hablar de gestos visibles de Dios que nos llevan al Dios invisible, normalmente a través de algo inusual, pero sobre todo a través de algo específicamente milagroso, algo que desafía las leyes de la naturaleza, el milagro. Pero aún así no esperan de Dios un truco de magia, sino un signo de su presencia. Lo vemos claramente en el relato del Éxodo: la zarza ardiendo es un signo. También el báculo que se convierte en serpiente, pero no como los de los magos del Faraón, sino cómo signo verdadero, capaz de comerse a las serpientes reconvertidas en báculos de aquellos magos.

Llega Jesús, el Mesías esperado, y los fariseos no le creen. El signo ayuda a la fe, pero si se exige, la misma exigencia puede ser en si misma signo de falta de fe. Le pasaría lo mismo al apóstol Tomas tras la resurrección: sino meto mis dedos en sus heridas…

Por eso Jesús les dice que se van a quedar con las ganas. Al menos ese día, en ese momento. Porque no se les va a dar más signo que el del profeta Jonás. Si. Les dará un signo, pero no va a ser un milagro, que Jesús reserva para los pobres y los enfermos, pero que son ricos y sanos por su gran fe. Será el signo de su resurrección al tercer día, porque si Jonás estuvo en el seno de una ballena y sobrevivió, Jesús estará en el seno de la tierra, pero resucitará.

Estamos llamados a aprender una gran lección nosotros también. Revisemos la pureza de nuestra espiritualidad. ¿Buscamos signos para suplir la vocación a la fe, para suplir el riesgo de la fe, como los fariseos? Porque esto sigue ocurriendo. En otros tiempos con otras formas culturales de la religiosidad (promesas o rogativas entendidas a veces como “pago” por el favor esperado), y hoy se da en la proliferación de búsquedas de efectos sobrenaturales, de experiencias de conversión efectistas, o de apariciones y mensajes reveladores por doquier, como si la Revelación de Dios no hubiera culminado con la revelación de Cristo, con la Palabra de Dios.

Y mientras tanto Jesús sigue mandándonos los signos verdaderos, aquellos acontecimientos, situaciones y personas que pone en el camino de la vida, para que, a través de ellos, visibles, alcanzamos su presencia, invisible. Estos signos son por antonomasia los sacramentos, pero también sus demás presencias: la del amor mutuo que nos trae su presencia prometida en medio de nosotros (Mt. 18,20), y la del amor al prójimo, que nos trae su presencia a través del hermano necesitado (Mt. 25, 31-46). Estos son los signos con los que el Significado quiere que lo veamos, que se sostienen en la fe y a la vez nos sostienen en la fe, mientras nosotros, como aquellos fariseos de entonces, podríamos estar buscando y exigiendo signos para paliar nuestra falta de fe.