Comentario Pastoral


¿LLUEVE HOY «MANÁ» DEL CIELO?

¿Qué es el «maná», el pan del cielo, el pan de los ángeles, el pan de la vida? ¿Es el simple producto de la «tamerix mannifera», arbusto del desierto sinaítico, que al recibir incisiones en su corteza, dejaba salir un líquido de fuerte poder nutritivo, que se coagulaba rápidamente? Para la Biblia el «maná» es un símbolo complejo. Es signo de la prueba, es decir, de la llamada y elección que Dios ha hecho de su pueblo, sacándolo de Egipto y llevándolo al desierto, tierra sin caminos, para que aprenda a avanzar por la senda de la fidelidad. Es signo de la palabra de Dios, verdadero alimento, que hace comprender que el hombre no solo vive de pan, sino de todo lo que sale de la boca del Señor. Es signo milagroso del amor de Dios, de su cercanía para el hombre, pues desciende desde el cielo. Es signo de la llegada de los tiempos mesiánicos, en los que el hambre desaparecerá y todos gozarán de plenitud.

Frente a los alimentos perecederos, Jesús nos enseña que existe un alimento que perdura para la vida eterna. Frente a los dones concretos, materiales e inmediatos, que remedian el hambre física, es preciso valorar y descubrir el pan que transforma al hombre y le hace nueva creatura en la justicia y santidad verdaderas.

Si Moisés fue profeta para Israel porque les dio el «maná» en el desierto, Cristo es el gran y definitivo Profeta, porque él es el pan verdadero, bajado del cielo, la fuente de la vida divina para todos. Al decir Jesús: «Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí no pasará nunca sed», está proclamando su divinidad.

En la liturgia de este decimoctavo domingo ordinario el cristiano es invitado a descubrir y gustar el «maná» del amor y el pan de la vida, que le transforma en hombre nuevo. «¿Qué es esto?» preguntaban los israelitas al ver el «maná», porque todo don de Dios es al mismo tiempo una pregunta. Y el cristiano debe interrogarse: ¿qué exigencias comporta creer que Cristo es Palabra y Eucaristía?

Andrés Pardo

 

Palabra de Dios:

Éxodo 16, 2-4. 12-15 Sal 77, 3 y 4bc. 23-24. 25 y 54
Efesios 4,17. 20-24 san Juan 6, 24-35

 

de la Palabra a la Vida

El evangelio de hoy podría ser llamado el prefacio del discurso del pan de vida. Jesús va a explicar a los judíos que el alimento que Moisés dio a su pueblo en el desierto no era más que una prefiguración del que Él va a dar, pero los judíos no van a comprender este sentido del mayor milagro que hizo Moisés y que hemos escuchado en la primera lectura de hoy, como preparación. Será esto lo que lleve a Jesús a ofrecer el precioso discurso del evangelio de los próximos domingos.

Ahora, viene a decir Jesús a los que le escuchan, vuestras esperanzas mesiánicas se han cumplido. Lo que no ha sucedido con los otros sí se da en mí. Esta contundencia de Jesús no va a facilitar la asimilación de sus afirmaciones, por eso Jesús intenta situar una y otra vez su acción, su presencia misma, en la historia de la salvación, como punto culminante de la misma. Esa extraña pregunta, «¿Cuándo has venido aquí?», por eso mismo, se interpreta en un sentido teológico, como una forma de querer afirmar que Jesús ha venido no a una orilla u otra del lago, sino en un sentido teológico, del cielo a la tierra, como el Dios que ha venido a encarnarse y así ofrecer alimento a los que estamos en la tierra, un alimento duradero a los que comemos alimentos perecederos. Es la típica catequesis judía, elevada a la plenitud de su sentido: No fue Moisés el que os dio… es Dios mismo el que os da… Jesús puede ofrecer un alimento superior, un alimento que no pasa, y que hace que, el que lo coma, no pase tampoco.

Juan nos introduce en una forma de diálogo que conocemos bien, porque es la que emplea también con la samaritana (Jn 4): si a ella le ofrecía un agua que calmaba la sed para siempre, aquí ofrece a los judíos un alimento para no volver a tener hambre, y si la mujer le pedía «dame de esa agua», aquí los judíos le dicen «danos siempre de ese pan». Necesitan dar el salto, están ante el salto definitivo, el de la fe: por eso, la obra que el Padre quiere es, sencillamente, que creáis. Creed en Él, no en Moisés. Creed que Él os dio pan y os ha preparado para daros un pan de ángeles.

Jesús cita el relato de Moisés en el Éxodo y los salmos (16 y 78) precisamente para reafirmar la superioridad de su alimento, que desemboca en su afirmación: «Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no pasará hambre y el que cree en mí nunca pasará sed». Esta es la afirmación central del evangelio de hoy, la cumbre a la que hemos ido ascendiendo guiados por Jesús, en la fe. Su presencia es alimento eterno para los hombres. Es el pan que da la vida eterna, al que hay que acercarse, o lo que es lo mismo, en el que hay que creer. En Jesús se cumple la profecía de Isaías, «no pasarán hambre ni sed» (Is 49,10).

Ahora el creyente lee esto, lo escucha, y la fe le anima a confesar, le anima a reconocer que así es, y que quiere de ese pan, que quiere decir su «amén» eucarístico. La fe nos guía del misterio a la celebración, y de la celebración a la vida. Que me baste la eucaristía, que la fe me haga no desear nada más, que me ayude el Dios que ha enviado a su Hijo, el nuevo Moisés, a creer y a desear comer. ¿Veo mi fe guiada así? ¿Afronto así la fuerza de su palabra, de su discurso, en la celebración? ¿Creo que este es el mejor alimento del día, lo mejor del domingo, como para no tener hoy hambre y sed de nada menor?

Diego Figueroa

 

al ritmo de las celebraciones


Algunos apuntes de espiritualidad litúrgica

En la liturgia, el Espíritu Santo es el pedagogo de la fe del Pueblo de Dios, el artífice de las «obras maestras de Dios» que son los sacramentos de la Nueva Alianza. El deseo y la obra del Espíritu en el corazón de la Iglesia es que vivamos de la vida de Cristo resucitado. Cuando encuentra en nosotros la respuesta de fe que él ha suscitado, entonces se realiza una verdadera cooperación. Por ella, la liturgia viene a ser la obra común del Espíritu Santo y de la Iglesia.

En esta dispensación sacramental del misterio de Cristo, el Espíritu Santo actúa de la misma manera que en los otros tiempos de la economía de la salvación: prepara la Iglesia para el encuentro con su Señor, recuerda y manifiesta a Cristo a la fe de la asamblea; hace presente y actualiza el misterio de Cristo por su poder transformador; finalmente, el Espíritu de comunión une la Iglesia a la vida y a la misión de Cristo


(Catecismo de la Iglesia Católica, 1091-1092)

 

Para la Semana

 

Lunes 2:

Num 11,4b-15. Solo no puedo cargar con este pueblo.

Sal 80. Aclamad a Dios, nuestra fuerza.

Mt 14,13-21. Alzando la mirada al cielo, pronunció la bendición y dio los panes a los
discípulos; los discípulos se los dieron a la gente
Martes 3:

Num 12,1-13. Moisés no es como los otros profetas, ¿cómo os habéis atrevido a hablar contra él?

Sal 50. Misericordia, Señor, hemos pecado.

Mt 14,22-36. Mándame ir hacia ti andando sobre el agua.
Miércoles 4:
San Juan María Vianney,presbítero. Memoria.

Num 13,1-2.25.14,1.26-30.34-35. Despreciaron una tierra envidiable.

Sal 105. Acuérdate de mí, Señor, por amor a tu pueblo.

Mt 15,21-28. Mujer, qué grande es tu fe.
Jueves 5:

Num 20,1-13. Brotó agua abundantemente.

Sal 94. Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: «No endurezcáis vuestro corazón».

Mt 16,13-23. Tú eres Pedro y te daré las llaves del Reino de los cielos.
Viernes 6:
La Transfiguración del Señor. Fiesta.

Dn 7,9-10.13-14. Su vestido era blanco como la nieve.
o bien:

2P 1,16-19. Esta voz traída del cielo la oímos nosotros.

Sal 96. El Señor reina, altísimo sobre toda la tierra.

Lc 9,28b-36. Moisés y Elías hablaban de su muerte.
Sábado 7:
Santos Justo y Pastor, mártires. Memoria.

Dt 6,4-13. Amarás al Señor, tu Dios, con todo el corazón.

Sal 17. Yo te amo, Señor; tú eres mi fortaleza.

Mt 17,14-20. Si tuvierais fe, nada os sería imposible.