Éxodo, 32, 15-24

Salmo 105

san Mateo 13, 31-35

Hoy celebramos la fiesta de san Joaquín y de santa Ana, padres de la Virgen María y, por tanto, abuelos de Jesús.

El término abuelo está impregnado de cariño. No sólo significa un lugar en la familia, sino que evoca también ternura y comprensión. Los abuelos siempre están detrás de los padres y cuidan de los nietos. Desgraciadamente, en nuestra sociedad, están quedando algo relegados. No sucede en todas las familias, pero sí en algunas. Cuando la liturgia de la Iglesia recuerda a san Joaquín y santa Ana, indirectamente, nos invita a pensar en la importancia de los abuelos en nuestra sociedad.

El hecho de que Jesús los tuviera es un detalle más de su Encarnación. En todo se hizo igual a nosotros. Por tanto, entró en el mundo dentro de una familia y, aunque nada digan los Evangelios, nos es dado suponer que conoció a sus abuelos y pasó ratos agradables con ellos.

Mis abuelos ya murieron y a menudo ofrezco la Misa por ellos. Recuerdo muchas cosas de mi infancia a su lado. También cuando por la noche nos reuníamos todos en la cocina o el comedor y rezábamos el rosario. Siempre he agradecido a Dios el haber nacido en una familia cristiana y poder decir que tengo la misma fe de mis mayores. No es un tema sentimental. Sé que para otras personas Dios ha escrito la historia de la Salvación de manera diferente. Pero a mí me gusta el “guion” que Dios ha escrito para la mía. Así veo que hoy rezo con las mismas palabras que aprendí de mis padres y que estos aprendieron de los suyos. Y pienso que fue un gran bien para mí y mis hermanos ver cómo mis padres querían y cuidaban a mis abuelos y cómo mis abuelos se habían desgastado en la vida para hacer posible el bien de mis padres … La sabiduría de Dios es muy grande.

Que la Virgen María nos ayude a querer nuestras familias con el mismo amor que ella respiró, primero en casa de sus padres y, después, en el hogar de Nazaret.