Comentario Pastoral

«LEVÁNTATE, COME, QUE EL CAMINO ES SUPERIOR
A TUS FUERZAS»

La vida es camino, camino duro y exigente de maduración personal, que a través de diversas y sucesivas etapas ofrece una gama de experiencias y provoca compromisos. El hombre necesita constantemente el alimento que repara el desgaste de fuerzas del camino, pues de lo contrario no cumple su misión, y agotado se desea la muerte, que es el «stop» definitivo de la existencia humana.

Elías, modelo del profetismo bíblico, sufre la persecución de la reina fenicia que domina en Israel, y tiene que huir al desierto. Su fuga es una peregrinación a las fuentes de la Biblia y de Israel, caminando durante cuarenta días y cuarenta noches hasta el Horeb, el monte de Dios. Pero el camino por el desierto provoca crisis interior, angustia, soledad, pánico y hasta el deseo de la muerte. No tiene fuerzas para seguir. Entonces escucha la voz del ángel: «levántate, come, que el camino es superior a tus fuerzas». El pan que comió Elías, es anticipo del pan de Cristo. El cristiano debe ser consciente de que necesita comulgar el pan de la vida para abandonar rutas de muerte, sin futuro de salvación. Gracias al viático eucarístico se pone en pie y se sitúa en la verdadera senda.

El creyente, además, ha de superar una segunda crisis: la de quedarse en análisis humanos y en visiones carnales. Les pasó a los judíos y nos puede pasar a nosotros. No hay que ver a Cristo como el hijo de José, sino como el Hijo de Dios. Jesús no es mero ciudadano de la tierra, sino el pan que ha bajado del cielo. Su humanidad es la transparencia de la presencia amorosa de Dios en medio de los hombres. Creer en la encarnación es superar una sabiduría crítica miope. El hombre con fe camina no hacia la muerte, sino hacia la vida misma de Dios.

El último versículo del evangelio de hoy nos reproduce, quizá, la fórmula más semítica y original de la consagración eucarística. «El pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo», Cristo -pan de vida- es gracia y fuerza divinizante, germen verdadero de la resurrección del hombre y de la nueva creación.

Andrés Pardo

 

Palabra de Dios:

Reyes 19,4-8 Sal 33, 2-3. 4-5. 6-7. 8-9
Efesios 4, 30-5, 2 san Juan 6, 41-51

 

de la Palabra a la Vida

Una vida saludable, una alimentación saludable… así escuchamos ahora cada día, constantemente, como ley para vivir bien. Para poder alcanzar los objetivos que uno se propone en la vida, es necesario alimentarse correctamente, descansar lo necesario, una cierta disciplina, podríamos decir. Por eso, tanto el profeta en la primera lectura como el Señor en el evangelio, nos advierten hoy de la importancia de comer para vivir, de comer para poder subir, para alcanzar la cumbre. Lo más básico, aquello que los antiguos aprendieron en el desierto, esa necesidad de comer bien, le da pie a Jesús para explicar que el alimento que Él da es crucial, es indispensable.

Ciertamente, su afirmación inicial, ser el pan vivo, le genera una oposición crítica muy fuerte: hay en las palabras de los judíos un matiz despectivo, con el sarcasmo propio de quien no cree.

Es por eso que se burlan de Jesús, aludiendo a su origen; pero Jesús no trata nunca el tema de su origen desde el plano humano, sino siempre desde el plano teológico, porque él viene de lo alto, del cielo, y por lo tanto para creer en Jesús es necesario aceptar sus orígenes, en los que se cree por la fe. Aquel que, por esa fe, cree en Jesús, es llevado por Él mismo hasta el Padre, es atraído por el Padre hacia su comunión. También el mismo Jesús dice en Jn 12 que Él mismo atrae hacia sí, cuando es elevado en la cruz. Por eso, para poder acoger la radical afirmación acerca del pan vivo, es necesario ser antes discípulos, es necesario hacer recibido la revelación, de tal forma que en ella uno reciba al Dios que se da a conocer exteriormente, pero también al Dios que actúa en lo profundo del corazón. El discípulo tiene que escuchar atentamente la Palabra de Dios, y así recibir lo necesario para vivir. Sin duda que el libro del profeta Isaías resuena aquí una y otra vez, como fundamento de todo este discurso: «Escuchadme y viviréis» (Is 55). Teniendo en cuenta lo que nos cuesta escuchar, lo que nos cuesta salir de nosotros mismos, aceptar lo que otros nos enseñan, nos contrastan, nos corrigen, en esta advertencia que aquí está de fondo podemos decir que nos jugamos mucho.

Y en esta invitación a escuchar, a acoger el misterio de Dios, en esta llamada a dejarnos atraer por el Señor y creer en Él, en este camino de revelación que es la historia, pero que es también nuestra propia historia en la que Dios nos va hablando, en la que se comunica con nosotros, nos encontramos: «Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo». Aquí hay un nivel más. El pan es una imagen típica de la revelación divina, con la que Dios da vida, da sentido a nuestra vida: ahora el pan es la eucaristía. Ahora, resuena en nosotros aquella advertencia de Is 65, según la cual los que se acuerdan del Señor participarán en el banquete mesiánico, y los que lo olviden padecerán hambre y sed. Nosotros vivimos acostumbrados a la eucaristía, como a algo debido, nuestro. Hablamos del derecho a la eucaristía y olvidamos que los sacramentos son siempre un don de Dios. Así, Jesús deja muy claro que este pan para vivir lo da Él, lo da a quien va creyendo, a quien sigue creyendo, pero a quien va avanzando en su fe. Porque es un alimento para caminar. No reafirma al que no quiere avanzar, a ese lo conmueve. Pero al que trata de seguir creciendo en la fe, caminando, a ese le fortalece, le da vida eterna, le da el banquete mesiánico.

¿Cómo no preguntarnos sobre nuestra comunión eucarística? Sobre cómo nos acercamos a ella, no ya sin pecado grave, sino también sin pecado de omisión, deseando avanzar, crecer, vivir. No cargados de méritos, sino de humilde realismo. Escuchar es para creer, y creer para desear alimentarse, por eso comer la eucaristía es para quien quiere avanzar con la confianza puesta en Dios. En ese desarrollo vivimos nosotros.

Diego Figueroa

 

al ritmo de las celebraciones


Algunos apuntes de la espiritualidad litúrgica

El Espíritu Santo realiza en la economía sacramental las figuras de la Antigua Alianza. Puesto que la Iglesia de Cristo estaba «preparada maravillosamente en la historia del pueblo de Israel y en la Antigua Alianza» (LG 2), la liturgia de la Iglesia conserva como una parte integrante e irremplazable, haciéndolos suyos, algunos elementos del culto de la

Antigua Alianza:

– principalmente la lectura del Antiguo Testamento;
– la oración de los Salmos;
– y sobre todo la memoria de los acontecimientos salvíficos y de las realidades significativas que encontraron su cumplimiento en el misterio de Cristo (la Promesa y la Alianza; el Éxodo y la Pascua; el Reino y el Templo; el Exilio y el Retorno).

(Catecismo de la Iglesia Católica, 1093)

 

Para la Semana

Lunes 9:
Santa Teresa Benedicta de la Cruz, virgen y mártir. Fiesta

Os 2,16b.17de.21-22. Me desposaré contigo para siempre.

Sal 44. Escucha, hija, mira, inclina el oído.

Mt 25,1-13. ¡Que llega el esposo, salid a recibirlo!
Martes 10:
San Lorenzo, diácono y mártir. Fiesta.

2Cor 9,6-10. Dios ama al que da con alegría.

Sal 111. Dichoso el que se apiada y presta.

Jn 12,24-26. A quien me sirva, el Padre lo honrará.
Miércoles 11:
Santa Clara, virgen. Memoria.

Dt 34, 1-12. Allí murió Moisés como había dispuesto el Señor, y no surgió otro profeta
como él.

Sal 65. Bendito sea Dios, que me ha devuelto la vida.

Mt 18, 15-20. Si te hace caso, has salvado a tu hermano.
Jueves 12:

Jos 3, 7-10a. 11. 13-17. El Arca de la Alianza del Dueño va a pasar el Jordán delante de vosotros.

Sal 113A. Aleluya.

Mt 18, 21-19, 1. No te digo que perdones hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.
Viernes 13:

Jos 24, 1-13. Yo tomé a vuestro padre del otro lado del Río; os saqué de Egipto; os llevé a la tierra.

Sal 135. Porque es eterna su misericordia.

Mt 19, 3-12. Por la dureza de corazón permitió Moisés repudiar a las mujeres; pero, al principio,
no era así.
Sábado 3:
San Maximiliano María Kolbe, presbítero y mártir. Memoria.

Jos 24, 14-29. Elegid hoy a quién queréis servir.

Sal 15. Tú, Señor, eres el lote de mi heredad.

Mt 19, 13-15. No impidáis a los niños acercarse a mí; de los que son como ellos es el reino de los
cielos.