El evangelio de hoy es continuación del de ayer. Jesús se queda a despedir a la gente. No se marcha a escondidas. La caridad ha de ser completa. Jesús no había realizado un milagro de compromiso. Quiere a la gente; nos quiere y lo hace totalmente. Meditando en los gestos que encontramos en Jesús aprendemos la verdadera caridad y también a librarnos del mero cumplimiento.

Despedida la gente Jesús subió al monte para orar. Recordamos que era su intención primera, la que tenía antes de verse rodeado por la multitud. El evangelio nos nuestra seguidamente esa necesidad de Jesús por la intimidad con su Padre. Intimidad que se contagia en los discípulos de Jesús conforme vamos creciendo en la intimidad con Él. Al principio quizás nos cuesta ponernos a rezar, y hemos de esforzarnos por buscar el momento. Pero, cada vez comprendemos mejor algo que quizás llegue a ser como un impulso casi irresistible: estar a solas a tiempo con el Señor. Ya hemos visto que eso no se opone para nada a la caridad. La contemplación de los sentimientos del Corazón de Jesús nos ayuda a ordenar la caridad.

Mientras los discípulos están en medio del lago. Un viento fuerte mantiene la barca lejos de tierra. Jesús se les acerca caminando sobre las aguas. Benedicto XVI se fijaba en como Jesús, que estaba lejos para orar, sin embargo, permanecía cerca de sus discípulos y sabía cuál era su situación. Lo aplicaba después al misterio de la Ascensión. Jesús sube al cielo para así estar cerca de cada uno de nosotros y en todo tiempo.

Los discípulos, lógicamente al principio se asustan. Después Pedro, con su ímpetu habitual le pide al Señor poder ir hacia él caminando sobre el agua. El Señor se lo concede, pero en cuanto una ráfaga le golpea la cara, sintió miedo y empezó a hundirse. Poco debió avanzar Pedro. Pienso en tantas veces en que quizás le pedimos a Dios avanzar en nuestra vida espiritual y después, ante las dificultades abandonamos. Quizás porque lo fiamos todo a nuestras fuerzas. Entonces nos rompemos porque nos parece imposible caminar según las enseñanzas de Jesús. Entonces necesitamos que Jesús nos recuerde que hemos de tener fe en Él que es quien nos sostiene. ¡Cuántas veces, como a Pedro, no nos habrá agarrado y llevado de nuevo a la barca de la Iglesia!

Y, al llegar a tierra, de nuevo la multitud de personas que se acercan a Jesús con sus enfermos implorando su misericordia. Porque, después de todas las pruebas el Señor vuelve a llevarnos con Él a la práctica de la caridad.