Miércoles 11-8-2021, XIX del Tiempo Ordinario (Mt 18,15-20)

«Si tu hermano peca contra ti, repréndelo estando los dos a solas». En los albores de la humanidad tuvo lugar el primer fraticidio de la historia, cuando Caín mató a su hermano Abel. Más tarde, Dios le pidió cuentas a Caín diciéndole: «¿Dónde está Abel, tu hermano?» Pero Caín le respondió: «No sé, ¿soy yo el guardián de mi hermano?» Desde aquel día, ha sido un pecado constante del hombre el desentenderse de los demás, buscando sólo el propio beneficio o utilidad. Ciertamente, hoy en día impera una cultura individualista y utilitarista que no reconoce el valor de cuidar y preocuparse por los otros. Son demasiados los que han sido descartados de la sociedad y pueden repetir el grito de aquel paralítico tirado junto a la piscina de Betesda: «no tengo a nadie que me ayude». Los cristianos no podemos compartir este modo de vivir. A nosotros nos importa de verdad la suerte de nuestros hermanos, de nuestros contemporáneos, de nuestros prójimos. Dios quiere que, al contrario que Caín, nosotros seamos los guardianes de nuestros hermanos. Por eso debemos pedirle al Señor un corazón grande, para que nos preocupen de verdad las necesidades de los demás. Un corazón generoso y abierto en el que todos, también los alejados y pecadores, encuentren ternura y consuelo. Porque tú y yo somos responsables de la suerte de nuestros prójimos.

«Si te hace caso, has salvado a tu hermano». Con su enseñanza, Jesús nos instruye sobre una práctica muy importante en nuestra vida cristiana, que algunos llaman la corrección fraterna. Cuando vemos que un hermano, amigo, compañero nuestro hace algo mal, tenemos la obligación de corregirle con caridad y misericordia. No debemos olvidar que “corregir al que yerra” es una de las siete obras de misericordia corporales. Evidentemente, nuestra corrección debe ser buena, constructiva y oportuna, pero no debemos caer en falsos respetos humanos. Porque si vemos que un amigo nuestro está herido, ¿acaso no corremos a ayudarle? Y si está enfermo, ¿no nos desvivimos por cuidarle para que se mejore? Pero si lo hacemos con las heridas del cuerpo, ¿no son todavía más graves las heridas del alma, las enfermedades del corazón? Corre, corre a salvar a tu hermano, si su alma está en peligro.

«Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos». ¡Qué fuerza tienen estas palabras del Señor! Así se cumple lo que dice en otro lugar la Escritura: Frater qui adiuvatur a fratre quasi civitas firma. «El hermano ayudado por su hermano es fuerte como una ciudad amurallada», leemos en el Libro de los Proverbios (Pr 18,19, según la Vulgata). Ahí donde los cristianos se ayudan, se apoyan y se sostienen mutuamente; ahí donde rezan juntos y oran unos por otros; ahí donde se preocupan sinceramente por las necesidades materiales y espirituales de los demás, ahí está Jesús en medio de ellos. Y si está Jesús con nosotros, ¿quién podrá contra nosotros?