Viernes 13-8-2021, XIX del Tiempo Ordinario (Mt 19,3-12)

«Él les respondió: “¿No habéis leído que el Creador, en el principio, los creó hombre y mujer?”». Generación tras generación, el Evangelio siempre ha tenido algo de contracultural. En cada tiempo y lugar la fe en Jesucristo ha crecido contracorriente, iluminando, purificando y, muchas veces, denunciando la cultura dominante. Hoy en día, el Evangelio de hoy es totalmente contracultural. En concreto, tres son las enseñanzas del Señor que se oponen frontal y audazmente con las ideologías –auténticas dictaduras del pensamiento– hoy imperantes. Jesús, remitiéndose al libro del Génesis, habla claramente de un designio originario del Creador para el hombre y la mujer. Dios creó al varón y la mujer para que se complementaran mutuamente, puesto que «no es bueno que el hombre esté solo». Y, además, quiso que su unión fuera fecunda y participara de su poder creador, engendrando nuevas vidas: «Sed fecundos y multiplicaos». Por lo tanto, la condición sexual del hombre y la mujer forma parte de la obra creadora de Dios y está inscrita en lo más íntimo de su naturaleza. Fiel a la enseñanza de Jesús, la Iglesia rechaza y se opone frontalmente a la –mal llamada– “ideología de género” que niega la diferencia entre el hombre y la mujer, negando así la naturaleza humana.

«De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Pues lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre». De nuevo, el Señor vuelve a ser muy claro. La unión del hombre con la mujer es dibujada como una auténtica comunión de vida y amor, llegando a ser “una sola carne”. Un proyecto común, dos historias que se funden en una, dos corazones que laten al unísono. Y este sacramento es reflejo en este mundo del Amor y la fidelidad de Dios con los hombres. ¡Maravilloso camino de santidad, el del matrimonio! En un mundo individualista, materialista y utilitarista, es normal que este proyecto de Dios para el hombre y la mujer sea tan incomprendido, tan rechazado, tan atacado. El hombre consumista –que consume cosas materiales, experiencias afectivas, relaciones fugaces de usar y tirar– no es capaz de vivir la fidelidad de un amor para siempre. Pero Dios, al principio, no lo pensó así. El amor verdadero permanece pare siempre; porque el Amor de Dios permanece para siempre. Jesús denuncia claramente que el ataque a la santidad y la indisolubilidad del matrimonio proviene directamente del pecado: «Por la dureza de vuestro corazón os permitió Moisés repudiar a vuestras mujeres; pero, al principio, no era así». Podemos mirar hacia otro lado, pero las palabras de Cristo sobre el matrimonio son claras como la luz del día.

«Hay quienes se hacen eunucos ellos mismos por el reino de los cielos». El tercer gran escándalo de la cultura actual no es otro que la vocación al celibato. ¿Cómo es posible –se preguntan– vivir sin amor humano? Una sociedad híper-erotizada donde el sexo lo invade todo parece hacer imposible este ideal. Los mismos pecados de los sacerdotes, tristemente actuales, también parecen darles la razón. Quizás el celibato sea el gran signo de contradicción de nuestro mundo, porque demuestra que Dios es real y es capaz de llenar el corazón humano. Dios creó al hombre para amar con todas las fuerzas de su ser, y esta vocación puede vivirse en un amor humano. Pero a algunos han recibido el precioso don de, renunciando a la exclusividad de un amor humano, amar con corazón indiviso a Dios y, por él, entregarse del todo a los hermanos. Así, el corazón célibe es el más disponible para los otros, especialmente para aquellos de los que nadie se ocupa. ¡Qué belleza vuelve a desprender el Evangelio de la familia, del amor humano y del amor divino!