Domingo 15-8-2021, Asunción de Nuestra Señora (Ap 11,19-12,10)

«Un gran signo apareció en el cielo: una mujer vestida del sol, y la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza». ¡Alegrémonos todos en el Señor al celebrar la Asunción de la Virgen María! ¡Los cielos cantan, se alegran los ángeles y todas las criaturas alaban a la Madre de Dios! La primera lectura de la solemnidad que hoy celebramos nos habla de un gran signo en el cielo. Este signo de la mujer no es sino el triunfo final de Dios en María, un triunfo definitivo sobre el pecado y la muerte. En ella, asunta en cuerpo y alma al cielo, ya se ha realizado lo que un día en nosotros sucederá. En ella vemos un modelo ya acabado y perfecto del destino final al que estamos todos llamados. En ella contemplamos el poder de Dios, que es capaz de hacer nuevas todas las cosas.

En la visión del Apocalipsis, la mujer aparece «vestida del sol». María ha sido llevada al cielo con su carne, con su humanidad, y allí ha sido glorificada. Este es el primer triunfo de Dios: que el cuerpo mortal y corruptible se transforme en un cuerpo incorruptible y glorioso. ¡Y Dios ya lo ha hecho en María! En ella resplandece la gloria que un día invadirá todos nuestros cuerpos y toda la creación. Porque nuestros cuerpos –esta carne, estos huesos– están llamados a resucitar. La salvación cristiana no es simplemente la pervivencia del alma después de la muerte. Es algo mucho más grande: mi corporalidad, que es expresión de mi ser personal, está llamada también a la vida eterna. Un día, todos nos revestiremos de sol, de la gloria de Dios. Por eso es tan importante cuidar el cuerpo y tratarlo con respeto, porque es templo del Espíritu Santo y un día será transformado y resplandecerá con la luz eterna de Dios.

El signo que resplandece en el cielo tiene un segundo elemento: «la luna bajo sus pies». Para las culturas antiguas, la luna era un símbolo del tiempo, pues los ciclos lunares marcan el paso de las semanas y los meses. Para los antiguos, la luna en el cielo era en definitiva como el calendario que todos tenemos colgado en la pared. Por eso, que la mujer esté de pie sobre la luna es una imagen de que ella está por encima del tiempo, del paso de los años, del desgaste de la vida. La vida en el cielo ya no está afectada por la fatiga, el deterioro o el cansancio propios del constante sucederse de los días. La Virgen ya vive no en el tiempo, sino en la eternidad de una vida plena y definitiva. Así será para todos cuando lleguemos a la Patria definitiva. Allí no habrá calendarios ni relojes, sino sólo un Amor que mueve el sol y las estrellas.

Por último, la mujer está coronada con «una corona de doce estrellas sobre su cabeza». La mujer se muestra con todos los atributos de una reina grande y triunfante. La corona es signo de una victoria definitiva y total. ¿Sobre quién? Sobre el otro gran signo que aparece en este pasaje del Apocalipsis: «un gran dragón rojo que tiene siete cabezas y diez cuernos, y sobre sus cabezas siete diademas»; que no es otro que el demonio con todo el mal del mundo, el sufrimiento, el pecado y la muerte. La Virgen es la primera en la que se realiza la victoria definitiva de Cristo sobre el mal. Pero ella es la primera de muchos. También en nosotros, un día, esa victoria será total y definitiva, y reinaremos con Cristo y su Madre en el cielo. La corona que ensalza a la Virgen María es, por eso, un signo de que la Victoria ya ha sucedido. ¡Y tú y yo luchamos en el bando que ya ha sido vencedor! ¡La victoria es segura, y ya ha resplandece en María!