Hace unos días, entró después de la eucaristía de la tarde un señor, algo desorientado, que quería charlar un poco y consultar un tema que le tenía desconcertado, con mucho respeto escuché su relato con toda mi atención. Resultó que en una relación, para él verdaderamente importante había recibido una negativa que le costaba encajar… aquel hombre no comprendía que aquella relación se acabase, le costaba aceptar el rechazo.

En la vida muchas veces se nos vienen a bajo los planes, se nos rompen la expectativas… y muchas veces nos parece incomprensible, incluso irracional lo que ha ocurrido. Incluso, cuando recibimos un no, nos preocupamos sobremanera, se nos cae la autoestima, pensamos que tenemos algún defecto, alguna tara… a veces incluso nos sentimos culpables… el ser humano y su psicología son un auténtico misterio.

En el evangelio de hoy Jesús nos propone una parábola que indica mucho de quién es Él y de como nos comportamos. Él nos invita a todos al banquete de bodas, símbolo de la eternidad, pero sabemos, como ocurre en el texto que aceptar este regalo no es evidente. Son muchos los incluso niegan que exista la boda… No sé si rechazar una invitación a una fiesta es muy razonable, en principio no lo parece, sin embargo a cada paso de nuestra vida cristiana, el pecado, que se nos cuela por las rendijas, nos lleva a rechazar la invitación de Dios. Racionalmente sabemos que aquello a lo que Dios nos invita es lo que nos hará más felices, más verdaderamente quien somos, pero…. a la hora de las verdad, elegimos intrépidos caminos que nos llevan lejos del amor de Dios, lejos de la misma felicidad.

Ahora Jesús, el anfitrión no se queda lloroso o deprimido, no se queda bloqueado por el rechazo, no piensa que lo que su invitación carecía de sentido, sino que con una templanza envidiable invita casi indiscriminadamente a cualquiera que pase y digo casi, porque el detalle final del relato, en el que se expulsa de la boda al que no se ha revestido con el traje apropiado, confirma que el anfitrión no va mendigando afectos, no acepta todo, no todo es válido para celebrar con Él.

San Agustín al hablar del traje de bodas dirá que aquel invitado no llevaba puesto el traje de la caridad, y que por eso es expulsado de la boda, pues sin el amor como centro de la vida, si en lo profundo del corazón no está como «suelo» el amor no tenemos nada que ver con Dios. Esto es verdaderamente importante y Agustín lo expresa en su «Ama y haz lo que quieras» frase celebérrima de la que nos olvidamos siempre la segunda parte «pues del amor nada malo puede surgir». Si el amor, el vestido de la caridad es clave, pero no todo es amor y no todo vale, creer que todo vale es rechazar la invitación a la boda, es presentarse en el boquete sin el traje adecuado, es, en definitiva,estar muy lejos de lo que Dios quiere.