Comentario Pastoral


LA VERDADERA RELIGIÓN

La fe no es magia ni farsa sagrada. La tentación del fariseísmo es constante. La religiosidad verdadera no consiste simplemente en ir a Misa los domingos. El cristianismo no se reduce a no robar, no matar y no calumniar. La verdadera tradición no es el mero cumplimiento extrínseco de prácticas rituales. La fidelidad no es algo esclerótico, sino dinámico. El catolicismo no es una simple estadística de bautizados fieles al Papa de Roma.

El evangelio de este domingo vigésimo segundo ordinario nos presenta la polémica de Jesús con los escribas y fariseos sobre los mandamientos de Dios y la observancia de los preceptos religiosos introducidos por los hombres. A Jesús le acusan de que tolera la libertad de sus discípulos respecto a las prescripciones religiosas y rituales, que habían sido codificadas en una larga y minuciosa tradición: «¿Por qué comen tus discípulos con manos impuras y no siguen tus discípulos la tradición de los mayores?».

Hay que tener presente que en tiempos de Jesús habían proliferado normas de puritanismo legal, hasta el punto de constituir un peso insoportable para la mayoría del pueblo. Tales prescripciones minuciosas habían sofocado el espíritu de la Ley divina, que en vez de ser signo de liberación y de alianza, se había convertido en vínculo de esclavitud. La religión judía era atadura y obligación, en vez de ser gracia y alabanza. Para el cristiano la verdadera religión consiste en reconocer la iniciativa de Dios, su gratuidad y salvación.

Merece la pena meditar la respuesta que da Jesús a los fariseos y letrados, pues es mensaje actual e interpelante para nosotros: «Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos». Jesús llama fuertemente la atención sobre la religiosidad exterior, sobre la superficialidad de las prácticas cultuales, sobre la hipocresía litúrgica. Por encima de una mentalidad legalista hay que llegar a una renovación interior del culto, fundado en el verdadero amor.

La sabiduría que proviene de la fe nos hace distinguir entre el mandamiento de Dios y la tradición de los hombres, entre la revelación de Dios y la historia religiosa de los hombres, entre la verdadera religión en espíritu y verdad y las frías prácticas externas. Por eso es muy importante purificar el corazón, la interioridad del hombre, para vivir religiosa y moralmente en verdad.

Andrés Pardo

 

Palabra de Dios:

Deuteronomio 4,1-2.6-8 Sal 14, 2-3a. 3bc-4ab. 5
Santiago 1, 16b-18. 21b-22.27 san Marcos 7, 1-8. 14-15. 21-23

 

de la Palabra a la vida

Terminado el capítulo 6 de Juan, la Iglesia cierra el paréntesis de estas semanas y vuelve hoy al evangelio según san Marcos. Lo hace con este pasaje compuesto por tres párrafos que tratan un mismo tema, muy interesante: la relación de la Ley de Israel con la vida del judío piadoso.

Unos fariseos preguntan a Jesús sobre un tema espinoso de la Ley, para ponerlo a prueba: se advierte en todo el relato un ambiente hostil, incómodo. En la pregunta, pero también en la respuesta de Cristo, irónica y muestra de un cierto cansancio ante el reto constante o la duda con respecto a su actitud. No se puede vivir la fe siempre desconfiando, dudando. Jesús es interrogado acerca de la aplicación estricta de la Ley, propia de los judíos piadosos y que, a opinión de estos, los discípulos no seguían. Jesús responderá con un pasaje del profeta Isaías: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos” (Is 29,13). ¿De dónde nace el cumplimiento de la Ley? ¿Se puede imponer al hombre una ley que esté lejos de su propio ser, de su conciencia? Por eso Jesús advierte de que la verdadera impureza no es la que viene de fuera, sino que nace de dentro, de lo profundo del corazón, lugar del diálogo con Dios, de la conciencia. De esta forma, Jesús vence todo legalismo, supera una comprensión de la religión sometida a leyes que, bajo apariencia de inamovibles, han sido creadas por los hombres. Es tanta la tentación que tenemos todos de crear o de adaptar ciertas normas, de ponerlas incluso por encima de otras justa y comúnmente aceptadas, incluso dentro de la vida de la Iglesia, que nos sorprenderíamos en la misma hipocresía que Jesús critica de los judíos: No, la obra de la gracia comienza en lo profundo del corazón, donde el hombre aprende la verdad de sus actos y se deja llevar por el bien que contienen hasta en sus expresiones más externas. Nos pasamos la vida creándonos hábitos, costumbres, algunos de los cuales son, dentro de nuestra rutina diaria, casi leyes, preceptos humanos, que intentan ponerse por delante de los mandamientos de Dios. Así hacen los fariseos del evangelio. El culto con los labios solamente se comprende como expresión visible del culto en lo profundo del corazón. La intención divina, manifestada en la Ley, no puede ser contradicha por la ley oral de Israel. La diferencia está en que, mientras que una ley divina produce unidad en el corazón y entre los hombres, los preceptos humanos que se oponen a la ley de Dios -y esto lo vemos constantemente- dividen, no solamente a las personas, enfrentándolas unas contra otras, sino sobre todo a la persona en lo profundo de su ser, donde duda y decide mal. La primera lectura de hoy apoya las palabras del Señor: “No añadáis nada a lo que os mando ni suprimáis nada; así cumpliréis los ‘preceptos del Señor, vuestro Dios, que yo os mando hoy. Ponedlos por obra, que ellos son vuestra sabiduría y vuestra inteligencia a los ojos de los pueblos”. Esta es una bella enseñanza: la grandeza del pueblo no reside en que ha construido su propia ley, en que se ha cimentado sobre la norma que a sí mismo se ha dado, sino en que ha reconocido una ley dada por Dios, y la ha aceptado, la ha acogido de Dios como motivo de orgullo. Esa es la verdadera sabiduría.

Ciertamente, esta actitud no podemos dejar de aprenderla: valorar lo recibido, agradecer y mostrar orgullo por lo que viene de Dios. Es un inmenso privilegio que Dios hable, que diga lo que espera de nosotros, y que lo haga así, a lo profundo de nuestro ser. Escuchar esa voz de Dios y ponerla en práctica es lo que el salmo ensalza hoy: “El que procede honradamente, ese subirá al monte del Señor”. Seamos sabios, porque hay cosas en la vida que no piden ser creadas, sino acogidas y así difundidas.

Diego Figueroa

al ritmo de las celebraciones


Algunos apuntes de espiritualidad litúrgica

En la liturgia de la Nueva Alianza, toda acción litúrgica, especialmente la celebración de la Eucaristía y de los sacramentos es un encuentro entre Cristo y la Iglesia. La asamblea litúrgica recibe su unidad de la “comunión del Espíritu Santo” que reúne a los hijos de Dios en el único Cuerpo de Cristo. Esta reunión desborda las afinidades humanas, raciales, culturales y sociales.

La asamblea debe prepararse para encontrar a su Señor, debe ser “un pueblo bien dispuesto” (cf. Lc 1, 17). Esta preparación de los corazones es la obra común del Espíritu Santo y de la asamblea, en particular de sus ministros. La gracia del Espíritu Santo tiende a suscitar la fe, la conversión del corazón y la adhesión a la voluntad del Padre. Estas disposiciones preceden a la acogida de las otras gracias ofrecidas en la celebración misma y a los frutos de vida nueva que está llamada a producir.


(Catecismo de la Iglesia Católica, 1097-1098)

 

Para la Semana

Lunes 30:

1Tes 4, 13-18. Dios llevará con él, por medio de Jesús, a los que han muerto.

Sal 95. El Señor llega a regir la tierra.

Lc 4, 16-30. Me ha enviado a evangelizar a los pobres… ningún profeta es aceptado en su
pueblo.
Martes 31:

1Tes 5, 1-6. 9-11. Murió por nosotros para que vivamos con él.

Sal 26. Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida.

Lc 4, 31-37. Sé quién eres: el Santo de Dios.
Miércoles 1:

Col 1, 1-8. La verdad del Evangelio llegó hasta vosotros y se propagó por todo el mundo.

Sal 51. Confío en tu misericordia, Señor, por siempre.

Lc 4, 38-44. Es necesario que evangelice también a las otras ciudades, pues para esto
he sido enviado.
Jueves 2:

Col 1,9-14. Nos ha sacado del dominio de las tinieblas, y nos ha trasladado al reino de su Hijo
querido.

Sal 97. El Señor da a conocer su victoria.

Lc 5,1-11. Dejándolo todo, lo siguieron.
Viernes 3:
San Gregorio magno, papa y doctor de la Iglesia. Memoria.

Col 1,15-20. Todo fue creado por él y para él.

Sal 99. Entrad en la presencia del Señor con vítores.

Lc 5,33-39. Llegará el día en que se lleven al novio, y entonces ayunarán.

Sábado 4:

Col 1, 21-23. Dios os ha reconciliado para ser admitidos a su presencia santos y sin mancha.

Sal 53. Dios es mi auxilio.

Lc 6, 1-5. ¿Por qué hacéis en sábado lo que no está permitido?