En la “entrada” del templo de Apolo en Delfos estaba escrito: “Conócete a ti mismo”. ¡Qué listos estos griegos! No se sabe de quién fue la idea de ponerlo allí, pero que bien queda. Unos cuántos siglos después seguimos llenos de libros de autoayuda que nos animan a conocernos a nosotros mismos, eso era visión de futuro.

Llevo 53 años viviendo conmigo mismo y, en estos días de menos actividad en la parroquia, estoy aprovechando para ordenar los locales y mi casa. ¡Y creo que cada día me conozco menos! Encuentro cosas que por más que las miro y las pienso, después de unas cuantas mudanzas de casa en casa, me pregunto: “Y esto, ¿por qué lo guardé?” Así que va a la basura hasta que me acuerde para qué me hacía falta o no me acuerde nunca porque efectivamente no me hacía falta para nada.

«Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño».

Uno de los piropos de Jesús es para Bartolomé o Natanael. Mucho mejor escuchar los piropos de hoy que los “ayes” de ayer. Y Natanael se asombra: ¿De qué me conoces? Y confiesa su fe en el Hijo de Dios. (Ahora se pone a llover, vaya por Dios).

No creo que Natanael pensase: “Este sí que tiene buen ojo, soy un personaje completamente de fiar…, le seguiré”. No sé por qué estoy convencido que Natanael debería estar pasando un mal momento. Alguien había puesto en duda su fama, le habría injuriado y le estaba recomiendo su alma lo que decían de él. Los buenos amigos, como Felipe, le quieren hablar de otras cosas, sacarle de su enfado interior, y le habla de Jesús. Natanael, sin muchas ganas -de Nazaret puede salir algo bueno-, pero harto de estar enfadado con el mundo se acerca a ver esa nueva “distracción”. Y resulta que Jesús le dice quién es, “un israelita de verdad en el que no hay engaño”. Natanael, hasta las narices de que le juzguen, se empezaba a creer que él era realmente alguien de quien no fiarse, pero Jesús le dice cómo le conoce Dios, que es mucho mejor de lo que se conoce a sí mismo. Y entonces se da cuenta de que lo importante no es lo que los demás crean de él, ni tan siquiera lo que el pensase de sí mismo, sino lo que Dios sabe de él. Esa es la verdad.

Así me imagino yo esta escena del Evangelio, no sé si te habrá ayudado, pero a mi me echa una mano. Por lo tanto, si quieres conocerte a ti mismo… ¡Adelante! Conócete y no te decepciones de los que encuentres, y procura no compararte con otros que es un camino muy tortuoso. Ahora, si quieres ser feliz, empieza a conocerte como Dios te conoce, que descubre tus victorias en tus fracasos, tus cansancios en los éxitos, tu bondad en ti mal carácter, tu sonrisa ante la contradicción, tu fidelidad cuando todo se pone en contra. Un buen confesor ayuda mucho a descubrir tus ratos debajo de la higuera y cuando conoces como Dios te conoce, sin duda, se aumenta la fe, nos llena de esperanza e inflama el corazón con la caridad.

María, nuestra Madre del cielo, no cotillea como nosotros, le pregunta a su Hijo ¿Cómo ves a Menganito o a Zutanita? Y todo lo que escucha es bueno sobre nosotros ¡Qué maravilla!