En ocasiones he escuchado a algunos sacerdotes -y algunos importantes, o que se creen importantes-, tachar una parroquia de “sacramentalista”. Para los no familiarizados con el lenguaje clerical es tildar a una parroquia despectivamente en la que se celebran muchos sacramentos, se cuida la Misa, las confesiones, las bodas, bautizos, la catequesis… ¡pero tiene poco compromiso social en su opción fundamental por los pobres! Para algunos este es un pecado mayor que si el párroco se va a vivir con la catequista (o el catequisto, que ahora hay de todo). Se convierte en una parroquia no comprometida, no encarnada, alejada de la realidad y en la que los sacerdotes son sospechosos. Es el mundo al revés. El churrero tiene que hacer churros, si voy a por churros y me dan una clase de punto de cruz no volveré a esa churrería.

«Escuchad y entended todos: nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre.

Porque de dentro, del corazón del hombre, salen los pensamientos perversos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, malicias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad. Todas esas maldades salen de dentro y hacen al hombre impuro». Muchas veces cuando se habla de la acción de la Iglesia se habla de la labor -encomiable por otra parte-, de Cáritas, de los comedores sociales, de los hospitales, colegios, residencias…, de lo de fuera. Esa acción no hace la Iglesia, sino que es consecuencia de lo que es la Iglesia, de la vida interior de los cristianos. Cuando se habla de vida interior parece que hablo de la intimidad mía, sin repercusiones externas. Sin embargo, del interior del hombre salen las maldades y salen las buenas obras. No por hacer cosas buenas soy bueno, sino porque soy bueno hago cosas buenas. “Todo buen regalo y todo don perfecto viene de arriba, procede del Padre.”

¿Cuál es la labor de una parroquia? Celebrar los sacramentos, santificar a sus miembros, perdonar los pecados, poner a Cristo Eucaristía en medio de la vida de sus gentes. Y entonces, en tanto en cuanto todos nos vamos uniendo a Cristo iremos “en práctica la palabra y no os contentéis con oírla, engañándoos a vosotros mismos.

La religiosidad auténtica e intachable a los ojos de Dios Padre es esta: atender a huérfanos y viudas en su aflicción y mantenerse incontaminado del mundo.”

No tenemos el monopolio de las cosas buenas. Hay un montón de asociaciones, ONG´S y agrupaciones que hacen cosas estupendas y muchas veces se contaminan del mundo y acaba siendo más importante la gestión, la subvención y la propaganda que la propia labor. Lo nuestro es vivir la caridad de dentro hacia fuera. Porque conozco el amor gratuito de Dios lo doy gratuitamente. A veces se dice que el voluntariado acerca a mucha gente a Dios, yo prefiero que sea al revés, que Dios acerque a mucha gente al voluntariado, a dar su vida gratuitamente. La vida de tantos santos de la Iglesia lo atestigua. También las obras buenas pueden ser un culto vacío a Dios. Una vez decía un alto cargo de la Iglesia: “A mi me salvarán las buenas obras de tal sacerdote”. Pues no, te salvará Cristo, la pena es que tu no tengas tiempo de hacer buenas obras pues tienes mucho que “gestionar”.

Madre nuestra del cielo, el mundo y la Iglesia están un poquito del revés, danos la vuelta y muéstranos tu corazón, que no es otro sino Jesucristo.