Muchas personas ya están de vuelta de sus vacaciones y, sea así o no, el curso ya está próximo a comenzar. Por eso parece que este evangelio nos viene al pelo, pues estamos ante el comienzo de la vida pública de Jesús en Nazaret, allí donde se había criado.
Cada curso, como cada mes o cada día, es una oportunidad de santificación. Un año en el que Jesús se nos muestra y ante el cual tenemos que dar una repuesta: ser como aquellos que le siguieron, aún con fallos, pero anduvieron tras Él; o ser como esos hombres de la sinagoga que quisieron echarle fuera con intención de despeñarlo. Claro está que nosotros no vamos a ir contra Jesús, pero sí es cierto que, si no estamos atentos, si no renovamos nuestra entrega al Señor, corremos el serio riesgo de olvidarnos del amor que Él y sólo Él merece. Esto lo podemos entender y rezar al hilo de otra gran frase del Señor que, aunque no sea del texto de hoy, viene al caso: «Quien no está conmigo está contra mí».
En presencia de Jesús hoy puede ser un gran día para pedirle la gracia para el curso que comienza y pensarlo en global. ¿Qué punto de lucha puedo tener para crecer en el amor?, ¿Qué pecado tengo que intentar abandonar con todas mis fuerzas para sacarle esa espinita al Señor?, ¿Qué tengo que reforzar para seguir haciéndole sonreír? Podríamos hacernos mil preguntas, pero tampoco hay que pasarse, pues quien mucho abarca poco aprieta.
Huyamos, como nos advierte Jesús, de la autogestión, del curarnos a nosotros mismos. Dejemos que sea Él quien nos vaya transformando mientras nosotros, como Jairo o como la hemorroísa, nos postramos a sus pies y le tocamos con la fe, desde los sacramentos y desde el amor al prójimo y al más necesitado, principalmente. No seamos como aquellos que, teniendo a Jesús delante, desaprovecharon la oportunidad de disfrutar de Él. ¡Sería una pena que las grandezas del Señor se redujeran a tan poca gente como sucedió en tiempos de Elías!