Después de salir de la sinagoga, el Señor se va a «trabajar», es decir, a liberar a la gente de sus males, sean físicos (la suegra de Pedro) o espirituales (sigue echando, como ayer, a lo demonios fuera de las personas).
Esto, lejos de ser algo anecdótico, debería ser el modus operandi de todo cristiano y, por tanto, de todos y cada uno de nosotros. Encontrar fuerzas en la relación con Dios, orar, y después lanzarnos al mundo (¡Ite, missa est!) para transmitir esa fuerza espiritual que hemos encontrado en la vida de piedad.
Y hemos de decir que estamos ante dos dimensiones que no podemos separar, puesto que corremos el serio riesgo de compartimentar demasiado nuestra vida: no hay ningún rincón de nuestra vida que no esté llamado a dejar de estar impregnado por la acción de Dios. Y, por tanto, toda nuestra acción debe partir del haber contemplado.
Hoy, primero de septiembre, puede ser un buen momento para que, como decíamos el otro día, ahora que está comenzando el curso, estés alerta de que, conforme éste vaya avanzando, no te dejes llevar por el bullicio y por un ritmo de vida demasiado alto que te lleve a descuidar la parte más importante de nuestra vida: el contacto con el Señor.
Mucho ojo con liarnos la manta a la cabeza y hacer demasiadas cosas. Incluso, a veces nos puede pasar que nos llenamos la vida de cosas pías pero abandonamos al Señor. Es lo que san Ignacio diferenciaba como ‘las cosas de Dios’ y ‘el Dios de las cosas’.
Imitemos al Señor, que se retiraba a lugares solitarios para orar y alimentar la relación con su padre. Esto no es algo negociable para el cristiano. Evidentemente, habrá días en que un suceso extraordinario nos podrá sacer antes de tiempo de la oración, pero, insisto, eso ha de ser algo muy extraordinario. Debemos buscar y blindar bien los ratos para el Señor y, el resto del tiempo, vivir en su presencia, sin dejarnos mundanizar demasiado, pues si la sal se vuelve sosa… pues eso. Aún a riesgo de ser pesado con este principio de curso, pero busca desde ya ese momento en tu nuevo horario.

Y, claro está, de la oración a la acción. Que se note que somos cristianos, que llevamos dentro algo increíble. Expandamos el amor de Dios allá donde estemos con el ejercicio real de la caridad. Sólo si nosotros damos el callo el mundo podrá cambiar. ¡Adelante!