La experiencia nos dice que el carácter del mal consiste en que una experiencia desencadena una dinámica de mal aún peor. En el corazón humano tantas veces herido y endurecido por el pecado, el mal funciona como esa tecla de la máquina que cuando se pulsa activa un resorte de modo automático. Así, el mal desencadena como respuesta otro mal. Se desencadena así una inercia muy difícil de frenar. Es algo parecido al efecto de la bola de nieve que crece conforme rueda por la ladera y llega un momento en el que es muy difícil de frenar y `puede llegar a arrasar todo a su paso. Hay muchas imágenes más para describir esta destrucción. Una que tenemos muy reciente porque es muy habitual en el verano es el fuego devastador de nuestros montes. Frente a este mal que se propaga, que crece y que arrasa, la única solución es una respuesta contrariar: el bien.

Para esto se ha hecho hombre el Hijo de Dios, para que ahora los hombres unidos a él, con él y en él, podamos responder con bien al mal. Esta es la gran novedad que Jesús trae a la vida de los hombres. Él viene a restaurar el corazón. Viene a devolverle su ternura original. Por eso hoy Jesús invita a los que le escuchan a escoger este camino tan novedoso como radical: «amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os calumnian». La razón que alega, en realidad es sumamente lógica. Se trata de una nueva justicia la que ha venido a traer a la tierra. Algo que va más allá de la respuesta proporcionada que recomendaba la vieja ley del talión: «ojo por ojo, diente por diente».

En otro lugar dirá: «Si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos» (Mt 5, 20). Esta justicia mayor consiste en el exceso de bien que cura el efecto del mal. Así será posible por ejemplo, la paz, porque cuando uno reciba una bofetada no estará condenado a devolverla, sino que con una mayor altura de miras, con una inaudita magnanimidad podrá como Jesús ofrecer la otra mejilla. Así, otro ejemplo un regalo podrá conservar su naturaleza de don gratuito, es decir, podré dar sin por ello exigir una compensación. Y cuando alguien a quien yo haga un regalo me diga: «no tenías por qué hacerlo»; yo podré responder con toda razón: «precisamente por eso lo hago».

El amor, la dinámica del don, nos salva de la lógica del interés; por eso Jesús invita a dar, a prestar más de lo que se me pide, incluso a desbordar la medida que exigiría la mera justicia humana: «La medida que uséis para los otros es la que se usará para vosotros». Se refiere a Dios, por eso aquellos que obran con misericordia recibirán misericordia de Dios: «Dichosos los misericordiosos porque ellos alcanzarán misericordia».

Esta nueva forma de vida, esta moral tan novedosa como radical, es la propia del Reino de Dios, donde la ley es el amor. Y la Iglesia es, en este mundo, el inicio y el germen de ese Reino. Por eso en la primera lectura el apóstol San Pablo enumera una serie de consejos para la vida común entre los hermanos en Cristo: revestíos de compasión entrañable, sobrellevaos mutuamente y perdonaos… Si vivimos así sucederá lo que el Señor desea con todo su corazón: la paz de Cristo reinará en nuestro corazón.