Hoy el Señor va de pueblo en pueblo revelando el Reino de Dios, enseñando a la gente que el suyo no es el reino brevísimo de este mundo, sino el que está más adentro, el que no se acaba y al que no le llega ni la herrumbre ni la carcoma . Es decir, no entramos en el Reino que Dios nos promete cuando nos morimos, sino cuando morimos al pecado de la autorreferencia perpetua. Y eso sólo ocurre cuando entramos en intimidad con Cristo. Es que no hay mucho más que añadir.

Hoy he tenido un primer encuentro con una pareja de novios. Les he preguntado por su vida espiritual y me han confesado que es escasa. Eso sí, me han puesto sobre la mesa su historial: los dos han estudiado en colegios religiosos, se confirmaron en su momento y fueron a misa hasta que empezaron a trabajar, porque luego ya se sabe, “el tiempo de la obligación mata las devociones”. Pero quieren educar a sus hijos en los valores cristianos, etc. Es uno de esos relatos que los sacerdotes estamos habituados a escuchar. Les dije que la fe cristiana “no es más que el riesgo de dejarme habitar por quien me quiere”. Se quedaron un rato en silencio. Sólo quería hacerles caer en la cuenta de que la fe cristiana sigue el proceso de toda relación de pareja en la que se van poniendo los cimientos, la urdimbre del poco a poco, la necesidad de la proximidad. Me dijeron que querían seguir entendiendo aquello, porque no les sonaba ajeno a su propia vida.

No sé cómo te han explicado el Reino de Dios, pero si te dijeron de niño que había que cumplir unas normas y te ocultaron el reto de conocer a quien se ha partido el pecho por tu vida, te informaron a medias y te han dejado un futuro con una fe muy incierta. A veces uno llega a la vida como el niño a una feria del libro. No sabe por dónde empezar, qué leer, dónde echar el primer vistazo. Si el maestro de literatura le dice que leer es un deber ineludible porque le será utilísimo en el futuro para tener conocimientos mayores y desparpajo en la conversación, habrá echado sobre el alma del niño la sospecha de que aquello es una obligación latosa. Sin embargo, si el maestro entusiasta le descubre a los tigres de Mompracem, y le  habla de ese corazón aventurero que puso Salgari en Sandokán, habrá ganado para siempre a un lector apasionado.

Esta semana yo fui uno de esos niños a quienes les contaron muy bien qué mundos habitaban en los libros, y me fui un par de horas a la Feria del libro de Madrid. Estaba como siempre, maravillosamente convertida en un hervidero de apasionados como en los tiempos previos a la pandemia. Ojeaba por los rincones de mis preferencias, y me topé con una frase que me resulta perfecta para explicar el Reino de Dios. Dice Mauricio Wiesenthal, “ ser libre consiste en saber escapar de la cárcel de nuestra circunstancia para organizar nuestra vida desde una perspectiva mayor”. Exacto. Cristo nos trae esa perspectiva mayor que rompe la pequeñez de la circunstancia.

Cuando pienses que las circunstancias de la vida te van comiendo el ánimo, entra en oración y pídele al Señor la perspectiva mayor, la del Reino, y entonces vive, y ya no morirás.