Nunca quedará descubierto el enigma del mundo. El envés y la tramoya no están a nuestro alcance. Por mucho que vivas una caridad inflamada y seas capaz de pasar noches en vela dando conversación a los enfermos, nunca podrás saber por qué existe el mal en la raíz de nuestras relaciones, por qué el dolor se entromete, por qué nuestras ansiedades ordinarias no nos dejan establecer vínculos con serenidad. Si crees que por ser cristiano se te va a regalar un mapa explicativo de todo, vas a llevarte decepciones. ¿Te digo tu misión?, fiarte de Dios sin entender la raíz del mal, saber que el trigo y la cizaña te acompañarán toda tu vida hasta que entregues el último suspiro. No ver, no tener otra luz ni otra guía sino la que arde en el corazón, como dejó escrito san Juan de la Cruz.

Cuando leemos el evangelio del sembrador, parece que el que lleva las semillas en la mano las lanza al azar. Unas caen allí, otras más lejos, no parece que funcione un esquema de distribución racional. La semilla cae donde cae. ¿Por qué me ha tocado vivir en Estocolmo, que tiene una potente renta per capita y un bienestar envidiable, y no en un pueblo perdido de Afganistán, donde siempre los pastunes talibanes habrían acosado a mi familia? No lo sabemos. ¿Por qué he nacido en una cultura de sustrato cristiano y no en una familia jainista? Entonces no habría buscado a un Dios personal, sino un estado de purificación del alma sin la necesidad de ninguna divinidad con rostro y biografía. Que no lo sabemos. ¿Ves?, el mucho preguntarte por la raíz te deja sin flores ni frutos. Es casi igual que el enamorado obstinado que le pregunta a la enamorada, ¿pero por qué tienes los ojos verdes y esa nariz un poco ladeada a la izquierda?, ¿por qué eres así?

Acepta que tú eres tú, ¿me sigues? Con toda tu tradición a cuestas y en la porción de tierra donde te ha tocado respirar. Y a partir de ahí, ten la obstinación por la búsqueda de la verdad de un san Agustín. ¿Quieres dar fruto?, antes de ponerte a actuar, espera, conoce la división que anida en tu corazón, los constantes pensamientos contrarios que no te dejan tomar un camino. Sé lucido con tu fragilidad. Necesitas encontrar solución al problema de tu división interior, por eso nunca te darás a ti mismo la explicación de tu vida. Espera en Dios que, como un vencejo hambriento, vendrá a tu lado si a tiempo le pones cerca unas migas de pan. Dios se contenta con un poco de atención. Deja que Él te descubra las claves de tu propia interioridad para que puedas entender un poco qué es eso de amar a los demás.

Permanece en el umbral de la oración, a la espera de una mirada de lo alto. No seas como los malos escritores, a quienes se les ocurre una palabra y en seguida la pasan a limpio y con ella montan su novela mediocre. Espera y rebusca la palabra mejor. ¿Por qué la prisa? La tierra buena en la que creces necesita tu lentitud. Decía Simone Weil que actuar no es difícil. Actuamos siempre demasiado y nos expandimos sin cesar en actos desordenados. Así, la tierra buena nunca llega a ser fecunda para las plantas y los árboles, demasiada anarquía para un crecimiento seguro. Callar es la única virtud para conseguir la presencia de Dios.

Y entonces… actúa