En el Evangelio de hoy leemos cómo el Señor les prohíbe terminantemente decirle a nadie que Él es el Mesías. Y lo hace porque “El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día”. No quiere que nada le aparte del camino trazado eternamente por el Padre: la redención pasará por el camino de la Cruz. No quiere atajos. No quiere el camino de triunfo aparente sino el del fracaso aparente. Y quiere, al mismo tiempo, ir preparando a sus Apóstoles para asociarles a su pasión.

Lo mismo que a nosotros. San Juan Pablo II nos decía en una audiencia cómo “el Hijo de Dios, que asumió el sufrimiento humano, es por tanto un modelo divino para todos los que sufren, y especialmente para los cristianos que conocen y aceptan por la fe el significado y el valor de la Cruz. El Verbo Encarnado sufrió según el designio del Padre también para que nosotros pudiésemos ‘seguir sus huellas’, como recomienda san Pedro (1 Pe 2, 21). Ha sufrido y nos ha enseñado a sufrir” (Audiencia 19-x-1988).

A pesar de todo, la Cruz de Cristo sigue siendo hoy, como siempre, motivo de escándalo. Sin embargo, es Sabiduría de Dios. “Los judíos piden signos, los griegos buscan sabiduría; nosotros en cambio predicamos a Cristo crucificado, escándalo para los judíos, necedad para los gentiles; mas para los llamados, judíos y griegos, predicamos a Cristo, fuerza de Dios y sabiduría de Dios” (1 Co 1, 22-24). Pero ¿cómo adquirir esa sabiduría, esa ciencia de la cruz? El camino es la contemplación, “mirando al que traspasaron” (Jn 19,37). Esta ciencia se adquiere con los ojos, es más un saber intuitivo que discursivo. Con gran fuerza lo decía Santa Teresa Benedicta en “La Ciencia de la Cruz”: “la Cruz no es el fin; la Cruz es la exaltación y mostrará el cielo. La Cruz no sólo es signo, sino también invicta armadura de Cristo: báculo de pastor con el que el divino David se enfrenta al malvado Goliat; báculo con el que Cristo golpea enérgicamente la puerta del cielo y la abre. Cuando se cumplan todas estas cosas, la luz divina se difundirá y colmará a cuantos siguen al Crucificado”.

Buscar atajos que eviten toparnos con la Cruz, es pretender un cristianismo sin Cristo. El Papa Francisco no decía apenas fue elegido Papa: “Cuando caminamos sin la cruz, cuando edificamos sin la cruz y cuando confesamos un Cristo sin cruz, no somos discípulos del Señor: somos mundanos, somos obispos, sacerdotes, cardenales, papas, pero no discípulos del Señor. Quisiera que todos (…) tengamos el valor de caminar en presencia del Señor, con la cruz del Señor; de edificar la Iglesia sobre la sangre del Señor, derramada en la cruz; y de confesar la única gloria: Cristo crucificado. Y así la Iglesia avanzará” (Misa con los Cardenales el jueves, 14 de marzo).

Superar la cultura de la queja en la que nos sumergimos en ocasiones. La alegría en las dificultades y contrariedades es una confesión de la alegría de la cruz. Para afrontar el misterio del sufrimiento sin que te destruya hay que vivirlo desde la Cruz de Cristo. La misma Beata Teresa de Calcuta decía: “estoy dispuesta a aceptar con una sonrisa todo lo que Él me de y darle todo lo que Él tome” (“Ven, sé mi luz” 276).

Terminamos con la petición del Papa Francisco en esa homilía con los cardenales: “Que el Espíritu Santo, por la plegaria de la Virgen, nuestra Madre, nos conceda a todos nosotros esta gracia: caminar, edificar, confesar a Jesucristo crucificado. Que así sea”.