La vuelta del destierro de Babilonia fue una fiesta grande, como un segundo éxodo: el regreso a Jerusalén, la renovación de la alianza, la construcción y consagración a Dios del templo destruido… Los libros de Esdras y Nehemías detallan lo mucho que se hizo en ese momento por revitalizar la fe y vivir con fidelidad la relación con el Señor.

Hoy leemos la renovación de la alianza que hace Nehemías. Un relato completo de rituales, de gestos, de palabras y, sobre todo, de lectura. Llama la atención esta afirmación: “Leyeron el libro de la ley de Dios con claridad y explicando su sentido, de modo que entendieran la lectura”. Teniendo en cuenta que eran israelitas los que escuchaban, la razón más plausible es que se tratara de una traducción del original hebreo al arameo, el lenguaje que se utilizaba. Es como para nosotros el latín respecto al español.

Y da la casualidad de que justo hoy celebramos a San Jerónimo, cuya preocupación fue la comprensión de la Escritura por parte de todo pueblo. Realizó un trabajo increíble, al que le debemos muchísimo para la conservación y comprensión de la Revelación escrita: tradujo en el siglo IV al latín —la lengua oficial del imperio— los originales hebreo, arameo y griego (las tres lenguas en que fue escrita originalmente la Biblia a lo largo de los siglos).

Se denomina “Editio vulgata”, es decir, la “edición vulgar” o “para el pueblo”. De este modo, se pudo unificar una única traducción para toda la cristiandad, dado que con el paso de los siglos, la extensión de la Iglesia hacía evolucionar el texto a base de erratas o malas traducciones.

San Jerónimo fue al original, y de ahí, con un estudio pormenorizado de todas las tradiciones y traducciones, unificó el texto para claridad del pueblo de Dios. Teniendo en cuenta que no había Word, el número de personas que tuvieron que estar trabajando para llevar a término tan gran propósito sólo Dios lo sabe. Y nos alegramos mucho de que llegara a culminarse.

Algo similar pasó en el Concilio Vaticano II: sin abandonar el latín, propuso el uso de las diversas lenguas en la liturgia sagrada, incluyendo la lectura de la palabra de Dios. De este modo, mucha gente que desconocía el latín, pero que iban a Misa, empezaron a entender lo que se decía. Es verdad que sigue habiendo quien reza el rosario durante Misa, fruto de aquellas costumbres que hacía necesario encontrar medios para distraerse, porque no se enteraban “de la Misa la mitad”.

En España llegó en 2010 la traducción oficial de la Biblia, encargada por la Conferencia Episcopal a cientos de expertos biblistas. Y fruto de ese trabajo, también encomiable, tenemos la Sagrada Biblia (editada por la BAC), y que es el texto oficial utilizado en la liturgia sagrada.