En la Sagrada Escritura se habla de la dureza de corazón para referirse a la incapacidad de creer. De hecho, es esa dureza la que pervierte la mirada del hombre sobre la realidad y lo cierra sobre sí mismo. No es extraño que de esa actitud se siga un mal comportamiento, mostrado, sobretodo, en el trato injusto con el prójimo. Cuando la dureza del corazón está muy extendida puede hablarse de “generación perversa”, tal y como lo hizo de Jesús.

Hay una certeza, y es que Dios no abandona a sus hijos. De la misma manera sabemos que el Señor busca continuos caminos para acercarse al hombre, a todos y en todos los lugares.

Dice el salmo: “¿Quién como el Señor, Dios nuestro, que se eleva en su trono y se abaja para mirar al cielo y a la tierra?”. El corazón de Dios tiene sed de todos los hombres. No hay uno solo que no sea importante para Él.

Aunque el conocimiento de la persona de Jesús no llegue a todos, Dios ha puesto en el interior de cada hombre un deseo de verdad y de bien. De ahí que la voz de la conciencia indique cuando se actúa con rectitud.

Hemos de pedir a Dios que mantenga limpia la mirada de nuestro corazón para saber reconocer los signos de su presencia. Que María, la Virgen, nos ayude a no perder la limpieza de conciencia y nos acompañe en el seguimiento de su Hijo.