La imagen de Nuestra Señora encaramada en un pilar, pequeña Ella y grande la columna, es toda una alegoría acerca de la vida de la Virgen y de lo que debiera ser la nuestra. Todos hemos visto esas terribles escenas de ciudades asoladas por terremotos o tifones. Los edificios se han venido abajo, y de ellos tan sólo quedan los pilares. Estas columnas son el nervio fuerte de toda la edificación, el que la mantiene de una pieza, y el que queda en pie cuando la casa se cae.

Dice la carta a los Hebreos: «No tenemos aquí morada permanente». De esta manera, vivimos, durante nuestro paso por la tierra en una morada que ha de ser destruida por el tifón de la muerte. A lo largo de los años nuestra “casa terrenal” se va destartalando: la enfermedad, el sufrimiento, el pecado … van reduciendo a ruinas nuestro pobre hogar terreno.

Sin embargo, el Señor nos ha ofrecido un Pilar más fuerte que la muerte, una columna que perdurará para siempre, y sobre la cual se edificará nuestra casa celestial. Cuanto más nos apoyemos sobre ese pedestal, perduraremos por siempre.

Dice Jesús: “Todo el que oye estas palabras mías y las pone en práctica, es como un hombre prudente que edificó su casa sobre roca: cayó la lluvia, llegaron las riadas, soplaron los vientos e irrumpieron contra aquella casa, pero no se cayó porque estaba cimentada sobre roca”. La Roca es Cristo crucificado, la Roca es la Eucaristía, el sacrificio redentor que alcanza el Cielo desde la tierra … La Roca es la Virgen María.

Encaramada sobre el Pilar, la Santísima Virgen nos está diciendo que su vida se apoyó íntegramente en el sacrificio de su Hijo, y que Ella no vivió sino para Él … ¡Súbenos Madre nuestra hasta lo alto de ese Pilar de Vida Eterna!