“¡Ay de vosotros, que sois como tumbas sin señal, que la gente pisa sin saberlo!” Pocas veces el Señor regaña … Sin embargo, a algunos les gusta el Dios del no, de las amenazas y el juicio.

Es verdad que sólo Dios puede juzgar: “Todos admitimos que Dios condena con derecho a los que obran mal. Y nosotros, que juzgamos a los que hacen “eso”, hacemos lo mismo.

Si Dios castiga es porque primero salva. Por eso, de vez en cuando, viene bien que el Señor nos eche unos “ayes”, y que nos ponga en nuestro sitio de creaturas, redimidas por Cristo y amados de Dios … pero creaturas.

Debemos procurar regañar poco y anunciar con nuestra vida las misericordias de Dios con nosotros … y cuando enfrentemos la vida de los otros con Dios ya se darán cuenta de su pecado, de sus distanciamientos y olvidos, y se volverán a Él.

Los cristianos no podemos ser los eternamente enfadados o los críticos constantes de todo. Tenemos que ser transparentes, dejando mostrar la grandeza de Dios con nosotros, con toda la humanidad.

“Sólo en Dios descansa mi alma, porque de él viene mi salvación; sólo él es mi roca y mi salvación, mi alcázar: no vacilaré”. No vacilaremos en predicar las misericordias de Dios. Si alguna vez hay que regañar hemos de hacerlo sin enfadarnos, y no juzguemos, pues sabemos que somos los primeros en hacer lo que reprobamos … hemos de encender nuestro amor a Dios.

Nuestra Madre la Virgen no nos regaña, nos enseña a su Hijo y coteja nuestra vida con la suya. Tal vez sea la mayor de las regañinas, pero lo hace con una sonrisa y dándonos la gracia para ser fieles.