La narración de la curación del ciego Bartimeo contiene, para nosotros, numerosas enseñanzas. Jesús camina hacia Jerusalén acompañado de bastante gente. A la salida de la ciudad un ciego, sentado al borde del camino, pide limosna. Probablemente se trataba de un lugar estratégico por el que solía circular mucha gente. Bartimeo vivía de lo que, buenamente, caminantes anónimos, le daban. Pero aquel día se encuentra con que quien transita el camino tiene un nombre propio: es Jesús de Nazaret. Entonces grita: “Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí”. No es una petición común, sino un grito que, además, contiene el reconocimiento de Jesús como Mesías. No quiere que el Señor pase de largo porque es de él de quien puede obtener la máxima compasión.

Algunos quieren hacerlo callar, quizás porque lo reconoce como hijo de David, quizás para no detener a Jesús que avanza decidido hacia Jerusalén. No lo sabemos. Pero sí que se señala el contraste entre la multitud que avanza junto al Señor y un ciego, también con nombre propio, que es el que reconoce a Jesús como el descendiente de David y representante de la misericordia de Dios. A los intentos por silenciarlo el responde con gritos aún más fuertes.

Tremenda la osadía de Bartimeo. También la sencillez de su petición que, ante Jesús, no se conforma con pedirle pequeñas cosas, sino lo que es su gran carencia y su gran necesidad: recuperar la vista.

No sólo manifestó con su voz la potencia de su deseo sino también con sus gestos. Cuando es llamado junto al Señor lo hace dando un salto. Siempre me ha llamado la atención esa acción. Saltar sin ver para ponerse delante de Cristo. Fácilmente pensamos en el riesgo que podía suponer de tropezar, de chocar con otro, de dar de bruces con el suelo. Pero, ante la llamada de Jesús salta, dejándolo todo, que era su manto sobre el que se sentaba en el suelo.

La escena se cierra señalando “y, al momento recobró la vista y lo seguía por el camino”. De estar sentado “al borde del camino”, pasa a unirse a la comitiva y a seguir a Jesús “por el camino”. Parece como si todo su deseo de ver tuviera este fin, poder caminar con Jesús y seguirle.

Encontramos en esta escena una enseñanza sobre la fe. En varias ocasiones la ceguera es utilizada como imagen para señalar la increencia, o la dificultad para conocer lo que Dios quiere de nosotros. Aprendemos pues varias cosas. Una es a fijarnos en lo que más necesitamos pedir. El Señor, que no deja de acercarse a nosotros, nos quiere dar lo que más necesitamos. No siempre somos conscientes de lo que hemos de pedir. Sin duda hoy reconocemos que deseamos acrecentar nuestra fe para poder seguir mejor al Señor y no quedarnos al borde del camino. Mendigos como somos reconocemos que la ayuda que necesitamos sólo nos puede venir del Señor.

Hoy también celebramos el DOMUND, o Domingo de las Misiones. Pedimos pues, por todos los que han sido llamados por Dios para llevar el evangelio a quienes no lo conocen. También por tantas personas deseosas de conocer a Cristo. Que el Señor fortalezca a los misioneros que, en muchas ocasiones, se encuentran con grandes dificultades. Que también nos ilumine para que veamos cómo seguirle y dar testimonio de su amor.