Comentario Pastoral


AMOR A DOS CARAS

Cuál es la verdadera religión? En el torbellino de ideologías y de religiones que se entrecruzan y atropellan en nuestro tiempo es preciso ver claro y alcanzar la virtud que nos mueve a dar a Dios el culto debido. Vivir en la religión auténtica es ver la estrella que ilumina la existencia y encontrar el camino recto y bueno.

El evangelio de este domingo resplandece como una luz en medio de la oscuridad de los interrogantes y de las perplejidades modernas. Invita a la vivencia total del amor, que se manifiesta en dos rostros inseparables.

Ante todo, Dios es el amor absoluto, infinito, total, que se merece ser amado. Él es el principio de la vida y a la vez el que da sentido a esta vida. La razón de que amemos a Dios es que él nos ha amado primero; este pensamiento debe mover toda nuestra existencia, el corazón y la mente. La aventura del amor de Dios es un viaje a la eternidad, que comienza aquí abajo y se consumará en el paraíso. Este es el regalo más sublime y más exigente, al que podemos corresponder amando, aunque sea desde nuestra desconcertante debilidad y pobreza.

Pero Dios quiere darse a conocer en lo concreto del mundo y de nuestra vida. La otra cara de la medalla tiene multitud innumerable de rostros. Son todos los hombres, imágenes vivas de Dios, a los que se debe reconocer como hermanos y querer. No les hemos escogido nosotros; ha sido Dios quien los ha colocado en nuestro camino, para que les amemos como él, gratuitamente, incansablemente.

Nunca se pueden separar las dos caras de un único amor. Dios y los hombres son lo mismo; no se puede optar o preferir uno sobre los otros. Querer amar a Dios sin amar al prójimo es un egoísmo camuflado en la vivencia de una religión hipócrita y una caricatura de la caridad evangélica. Las dos caras del amor están unidas para siempre. Amar es ver la imagen de Dios en el corazón del hombre, es mirar al hermano que revela a Dios. En Cristo lo divino y lo humano se hacen unidad. Amando a Cristo, amamos a Dios y a todos los hombres, pues en su corazón todos están presentes y nadie excluido. Por eso el cristianismo es la religión del amor. Solamente podremos ser felices si amamos vertical y horizontalmente.

Andrés Pardo

 

Palabra de Dios:

Deuteronomio 6. 2-6 Sal 17, 2-3a. 3bc 4. 47 y 51ab
Hebreos 7. 23-28 san Marcos 12, 28b-34

 

de la Palabra a la Vida

Un mandamiento de la Ley no es un protocolo en el trabajo. Un mandamiento que Dios da a los hombres nace de lo que Dios es. Por eso, para poder cumplir con unos mandamientos recibidos de Dios, el hombre tiene que aprender lo que Dios es, tiene que experimentar con Dios, conocerse y tratarse. Si el hombre aprende a escuchar, si es capaz de relacionarse con Dios, comprenderá que Dios no le propone algo externo y casual, sin importancia, que pueda cambiarse por otra forma de hacer, sino que en esos mandamientos el hombre va a poder conocer mejor a Dios. Dios da mandamientos a su pueblo para que lo conozca mejor y lo ame más.

De ahí que saber conducirse por la vida parte de saber que Dios es el único Señor. La experiencia de Israel, de pueblo liberado de la esclavitud, no le tiene que abrir la puerta a creer sin más, a creer en un Dios que les ha sido benévolo en circunstancias adversas, sino en que este es el Dios que tiene poder sobre todo, no puede haber otro igual. No, ni igual ni parecido, no puede haber otro. Y todo lo que vivan, todo lo que decidan, les tendrá que servir para no olvidarse de que ellos no son dioses, de que otros no son dioses, de que no hay otros dioses: en su mente, en su corazón, en su frente y en sus muñecas, Israel deberá mantener el recuerdo de que Yahveh es el único Señor. La vida consiste en llevar esta Ley, en llevar lo que Dios es, a lo profundo del corazón, porque una vez que esta relación con el único Dios haya traspasado de lo superficial a lo profundo del corazón, entonces podrá afectar a todo lo que salga del corazón, Dios afectará a toda la inteligencia y a toda la voluntad, que en él residen.

Jesucristo va a renovar la antigua Ley de una forma misteriosa: el mandamiento es el mismo, sigue siendo válido, pero ahora todo el mundo va a poder comprobar hasta dónde puede llegar el amor que Dios tiene por los hombres, el que Él pide, pues Dios puede ahora amar con un corazón humano, con un amor humano desde el que irradiar el amor divino. Quien acoja ese amor humano del Hijo de Dios, recibirá el amor divino que en su ser Dios nos ha traído. La segunda lectura nos advierte, de hecho, de la importancia de esto: Cristo, el sacerdote, el Dios y hombre, el mediador entre Dios y los hombres, ha cumplido como hombre el mandamiento primero, y ahora llena de fortaleza a quien lo escucha y obedece.

La celebración de la Iglesia, de hecho, es una profundización en el primer mandamiento: todo en ella tiene que recordar que Dios es el único Señor, todo en ella tiene que recordar que Dios ama al hombre y le pide que le escuche y obedezca. En el momento en el que el hombre asume el papel de Dios en la celebración, entonces pierde esa relación. En la celebración de la Iglesia somos conducidos, como pueblo, a descubrir el amor que Dios nos tiene, y así somos llevados a un amor mayor, que deseamos y que recibimos para poder dar luego, en la vida. Por eso, el mandamiento se convierte en vida para el que participa en la oración de la Iglesia con fe y con fidelidad, mientras que se convierte en algo inalcanzable para el que busca por libre, para el que prefiere no escuchar, para el que, creyendo saber más, ocupa el lugar del único Señor.

Es admirable, así, lo maravilloso del mandamiento: no ha quedado arrinconado en tablas de piedra, sino que ha sido llevado a lo profundo del corazón de la Iglesia, a su celebración, donde Dios busca hacerse primero por la entrega del Hijo para cada uno de nosotros.

Diego Figueroa

 

al ritmo de las celebraciones


Algunos apuntes de espiritualidad litúrgica

Por el Espíritu que la conduce «a la verdad completa» (Jn 16,13), la Iglesia reconoció poco a poco este tesoro recibido de Cristo y precisó su «dispensación», tal como lo hizo con el canon de las Sagradas Escrituras y con la doctrina de la fe, como fiel dispensadora de los misterios de Dios (cf Mt 13,52; 1 Co 4,1). Así, la Iglesia ha precisado a lo largo de los siglos, que, entre sus celebraciones litúrgicas, hay siete que son, en el sentido propio del término, sacramentos instituidos por el Señor.

Los sacramentos son «de la Iglesia» en el doble sentido de que existen «por ella» y «para ella». Existen «por la Iglesia» porque ella es el sacramento de la acción de Cristo que actúa en ella gracias a la misión del Espíritu Santo. Y existen «para la Iglesia», porque ellos son «sacramentos […] que constituyen la Iglesia» (San Agustín, De civitate Dei 22, 17; Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae 3, q.64, a. 2 ad 3), ya que manifiestan y comunican a los hombres, sobre todo en la Eucaristía, el misterio de la Comunión del Dios Amor, uno en tres Personas.

(Catecismo de la Iglesia Católica, 1117-1118)

 

Para la Semana

Lunes 1:
Todos los santos. Solemnidad.

Ap 7, 2-4. 9-14. Vi una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de todas las naciones,
razas, pueblos y lenguas.

Sal 23. Esta es la generación que busca tu rostro, Señor.

1Jn 3, 1-3. Veremos a Dios tal cual es.

Mt 5, 1-12a. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo.
Martes 2:
Conmemoración de todos los fieles difuntos.

Job 19, 1. 23-27a. Yo sé que está vivo mi redentor.

Sal 24. A ti, Señor, levanto mi alma.

Flp 3, 20-21. Transformará nuestro cuerpo humilde, según su modelo glorioso.

Mc 15, 33-39; 16, 1-6. Jesús, dando un fuerte grito, expiró.
Miércoles 3:
Rm 13,8-10. Amar es cumplir la ley entera.

Sal 111. Dichoso el que se apiada y presta.

Lc 14,25-33. El que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío.
Jueves 3:
San Carlos Borromeo, obispo. Memoria.

Rm 14,7-12. En la vida y en la muerte somos del Señor.

Sal 26. Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida.

Lc 15,1-10. Habrá alegría en el cielo por un pecador que se convierta.
Viernes 4:
Rom 15, 14-21. Ministro de Cristo Jesús, para con los gentiles, para que la ofrenda de los
gentiles sea agradable.

Sal 97. El Señor revela a las naciones su salvación.

Lc 16, 1-8. Los hijos de este mundo son más astutos con su propia gente que los hijos de la luz.
Sábado 5:
Santos Pedro Poveda Castroverde e Inocencio de la Inmaculada Canoura Arnau, presbíteros, y compañeros, mártires. Memoria.

Rom 16, 3-9. 16. 22-27. Saludaos unos a otros con el beso santo.

Sal 144. Bendeciré tu nombre por siempre, Dios mío, mi rey.

Lc 16, 9-15. Si no fuisteis fieles en la riqueza injusta, ¿quién os confiará la verdadera?