Jueves 28-10-2021, santos Simón y Judas, apóstoles (Lc 6,12-19)

«Jesús salió al monte a orar y pasó la noche orando a Dios». El Evangelio según san Lucas subraya de un modo especial la importancia de la oración en la vida de Cristo. Así, el evangelista da testimonio explícito de que Jesús ora a su Padre antes de los momentos decisivos de su misión: antes de comenzar su vida pública en el momento de su Bautismo, durante su Transfiguración, y en Getsemaní antes de dar cumplimiento a su Pasión. También nos muestra cómo Jesús ora a su Padre ante los momentos decisivos que van a comprometer la misión de sus apóstoles: antes de elegir a los Doce –es la escena que contemplamos hoy–, antes de que Pedro lo confiese como “el Mesías de Dios”, y durante la Última Cena para que la fe de Pedro no desfallezca ante la tentación. Toda la obra de Jesús está atravesada por la oración. Como Él mismo reveló a sus apóstoles, no hacía nada sin contar con su Padre.

«Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos, escogió de entre ellos a doce, a los que también nombró apóstoles». Merece la pena detenerse un instante en el heterogéneo y variado grupo que Jesús acaba de constituir, los Doce. Salvo su amistad con el Maestro, no tienen nada en común. Cuatro de ellos son pescadores del mar de Galilea, dos parejas de hermanos –Pedro y Andrés, Santiago el mayor y Juan– que además eran socios de trabajo. Además, Andrés y Juan habían sido discípulos de Juan el Bautista. Felipe es oriundo de Betsaida, más abierto a la cultura griega circundante, y amigo de otro del grupo, Bartolomé. También hay un publicano, Mateo, un cobrador de impuestos públicamente aliado de los ocupadores romanos. Pero tampoco falta alguien del signo contrario, Simón el zelote, miembro del grupo extremista que se rebelaba violentamente contra las fuerzas de Roma. Incluso algunos podrían –así lo insinúan los evangelistas– ser parientes cercanos de Jesús, sus primos quizás, como Santiago el menor, Simón y Judas Tadeo. Por último, por supuesto, no puede faltar un traidor, Judas Iscariote. Como ves, no tenían nada en común… salvo que Jesús los escogió, los llamó y los nombró apóstoles. Y ellos le respondieron que sí.

«Simón, llamado el Zelote; Judas el de Santiago». Según la tradición, los dos apóstoles cuya fiesta hoy celebramos –Simón y Judas– se identifican con aquellos que tanto san Mateo como san Marcos llaman “parientes” de Jesús. Es decir, que conocían a Jesús desde hacía mucho tiempo, porque habían crecido con él. Quizá pudieron ser hasta vecinos, compartiendo con Jesús juegos, anécdotas, y hasta travesuras de niños. Habrían acudido juntos a la sinagoga para aprender, y conocerían su ocupación en el taller de José. Pero todo esto cambió cuando Jesús se presentó como el Mesías de Israel. Tuvieron que decidir entre lo que ellos pensaban –sus recuerdos e impresiones– y las palabras de Jesús. Y se decidieron por Jesús.