Volviendo al texto de la carta a los Romanos que la liturgia nos ofrece para la reflexión en este jueves en el que recordamos a San Carlos Borromeo, me venía a la mente, casi como un flash la pregunta con la que he titulado esta reflexión. No sé las veces que he escuchado en mi pueblo esta pregunta cuando era niño, de adolescente, incluso hoy, cuando voy a casa es raro que no me pregunten, que pueda escapar de ella, como soy más bien tímido, prefiero escapar a esas largas elaboraciones genealógicas típicas de los ambientes rurales.

El caso es que, pensaba yo, que Pablo respondería con facilidad a esa pregunta, bueno de hecho lo hace en otra de sus cartas cuando expone sus pertenencias, su ciudad de nacimiento, su pertenencia a los fariseos… pero fundamentalmente, y el texto así nos lo reconoce Pablo es de Cristo. Como Carlos Borromeo era de Cristo, como los santos hombres y mujeres fieles, también lo son. Así que hoy les propongo que ustedes, y yo, repasemos nuestras pertenencias.

A mi me cuesta decir que soy de Cristo, porque reconozco mi corazón dividido, tal vez podría hablar de mi familia, podría hablar de las monjas que me enseñaron a rezar, de la congregación a la que pertenezco, de la Iglesia y del Pueblo de Dios al que quiero servir, pero decir soy de Cristo, como las monjas de la Aguilera que lo cantan en una de sus canciones, se me hace complicado. No porque no lo desee, sino por mi condición de pecador, de peregrino en busca del cielo, de racionalista a veces escéptico, por mi corazón lleno tantas veces de tantas cosas…

Y ahí en medio de mis dudas y lamentos, porqué no reconocerlo, resuenan las palabras del Evangelio de Lucas y el Señor me recuerda que es precisamente de la oveja perdida de quién está pendiente, que es al encuentro del pecador al que sale a la hora de la brisa, que, en definitiva, para ser de Cristo, sólo hay que dejarse querer… así que respondo a la pregunta que me ronda desde el principio del día con un Si, yo también SOY DE CRISTO.

Y usted querido lector, ¿es de Cristo? o todavía se anda buscando, rece conmigo y con San Agustín: Señor, que me encuentre, Señor, que te encuentre. Amén.