Tercer anuncio de la destrucción de Jerusalén. Tal y como estaba anunciado, la ciudad santa va a ser derrotada. Ella y sus habitantes. Habrá angustia. El pueblo será castigado. Todo por no haber reconocido la llegada del mesías. Por no haber acogido a Jesus si no al contrario haber rechazado al ungido de Dios.

También nuestra vida está en peligro, como una casa amenazada de ruina, cuando no escuchamos a Cristo, el enviado del Padre, la palabra definitiva que ha bajado del cielo y se ha hecho carne y habita en medio de nosotros. Está con nosotros y no lo conocemos. Vino a los suyos y no lo recibimos. Lo echamos fuera de nuestra ciudad, lo sacamos de nuestra vida. Entonces nos vemos sitiados, como Jerusalén por los ejércitos y los soldados enemigos. Así nos sucede cuando hemos pretendido organizarnos la vida lejos de Dios. Todo se convierte en una amenaza.

Los signos que expresan la caída y el final de este mundo pasajero valen también para referirse al fin de nuestra vida tal y como la conocemos ahora. Sabemos que no estamos en lo definitivo aún, sino en lo transitorio. Nuestros días en la tierra son como los nueve meses de gestación del niño en el seno materno. Al término de ese embarazo sucede el parto. Así, también nosotros que hemos vuelto a nacer en el bautismo al segundo y definitiva nacimiento, esperamos el cumplimiento de nuestros días para entrar en la plenitud a la que Dios nos llama. No es por tanto una mala noticia que nos inquiete sino todo lo contrario, la buena noticia de la liberación final. El señor que ha vencido al pecado y la muerte; el que es rey, señor y juez de la historia, vendrá por fin a establecer definitivamente su reino de justicia y paz. Por eso su llegada no es una amenaza sino la mejor de las noticias. Cuando él venga podremos levantarnos y  permanecer en pie, También podremos levantar la mirada, alzar la cabeza, hacia el que viene con poder y gloria. Se acerca nuestra liberación.

Hoy la ansiedad y el miedo son las grandes protagonistas de la historia de nuestra propia salud mental. Los creyentes, en esto, no nos distinguimos demasiado de las demás personas. También a nosotros muchas veces nos paraliza el miedo, También muchos de nuestros problemas de salud proceden de esa ansiedad que se dispara y no sabemos manejar ni gestionar adecuadamente. Parece que el Señor nos estuviera, de nuevo, otra vez, invitando a que confiemos en su poder, No hay nada que temer. «No perdáis la calma, creed en mí y creed también en Dios. En la casa de mis padres hay muchas estancias y yo me voy a prepararos sitio. Cuando vaya y os prepare sitio, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo estéis también vosotros». Ese es el motivo de nuestra dichosa espera, porque con Cristo a nuestro lado lo mejor está por venir.