Los creyentes tenemos la tarea de discernir y encontrar los signos de la llegada del reino de Dios en nuestra vida y en nuestro mundo. Jesús nos echa en cara que sepamos discernir los signos de la naturaleza, por ejemplo: una higuera que florece nos habla de la llegada de la primavera. Pero no sepamos reconocer la llegada de su reino. Y eso que Jesús lo anuncia con toda su persona, su vida y su misterio; con hechos y palabras intrínsecamente unidas, haciendo signos que provocan a quién los ve y le hacen preguntarse por su significado.

Signos de la llegada de su reino hay por todas partes también ahora en nuestra Iglesia. Todos los voluntariados y acciones que promueven la justicia y la paz entre los pueblos. Todas las personas que tienen un encuentro personal con un Cristo vivo. Todas las familias que a pesar de todos los problemas perseveran en la unidad y en el amor. Estos y muchos otros, son signos del reino de Dios.

Y si su reino ha llegado a nosotros: ¡felices!

Porque cuando uno no ha encontrado aún lo que estaba buscando, cada día de la vida es “un día menos” y arrancamos con angustia la hoja del calendario; pero cuando uno ha encontrado aquello que estaba buscando, entonces cada día es “un día más” que se me da para poder disfrutar de todo lo que me suceda.

Por eso es esencial ayudarnos unos a otros a discernir y disfrutar la presencia de Cristo vivo en nuestra propia historia personal y comunitaria. Qué tristeza me da cuando sorprendo a un cristiano hablando de Dios como de un ausente. Cuando nos referimos a Cristo con verbos en pasado: “habló”, “dijo”, “curó”, etc.

La realidad es que Jesús está presente porque su palabra y su promesa se ha cumplido: “yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”.

De hecho, la experiencia nos dice que “todo pasa, pero Dios permanece” y por eso no nos sentimos inquietos en medio de todos los cambios que suceden a nuestro alrededor. “Nuestro corazón está firme en el Señor”.