Ayer tuve una conversación muy interesante con un médico que había viajado recientemente a Estambul. Yo esperaba que la capital turca habría bajado muchos puntos de secularidad desde que el presidente Erdogan decidiera convertir Santa Sofía en una mezquita. Pensaba que los cristianos tenían prohibido el acceso. La última vez que estuve en Estambul fue hace ya veintiséis años. Marchaba con un amigo de promoción, llevábamos un año de ordenación y pasábamos un verano inolvidable. Pudimos entrar en Santa Sofía, y lo hicimos para rezar delante del icono de la Sabiduría. Nos pusimos delante de aquellas teselas doradas, en el piso superior, y abrimos nuestros breviarios. Rezamos en voz alta el salmo que es el himno a la Sabiduría de Dios. Fue emocionante… Escuchaba al médico y me contaba que estos días los cristianos pueden entrar a rezar, que su mujer entró con una cruz colgando en el pecho en varias mezquitas sin que nadie la reprendiera. Me hizo gracia cómo detallaba las indicaciones de los guías sobre la ausencia de imágenes en el mundo islámico, “bueno, yo creo que ya es una cuestión de tradición que se ha convertido en costumbre secular”.

Sin embargo, no es así. El musulmán no puede representar a Dios, porque Allah es irreproducible, no se le puede trasponer a lienzo. Nadie lo ha visto jamás, es el totalmente Otro, es el Dios escondido detrás de las nubes al que nadie tiene acceso. De ahí que en la decoración de los templos sagrados sólo existan arabescos o motivos florales.

Sin embargo, nuestra fe cristiana es religión de la Encarnacion. Desde que el Verbo se hizo carne, ha puesto su tienda y su rostro entre nosotros. Se le puede representar, y además con mucho gusto, con un entusiasmo de agradecimiento. Es más, el artista cristiano es capaz de llevar a la madera o al lienzo la imagen de la Virgen María amamantando a su hijo, un gesto tan natural en el acontecer ordinario de cualquier mortal, que el mismo Dios quiso pasar por él.

En el Evangelio de hoy hay una estricta explicitación de la fecha en la que acaeció la convocatoria a la penitencia por parte de Juan Bautista en el Jordán, “en el año decimoquinto del imperio de Tiberio Cesar, mientras Poncio Pilato era gobernador de la Judea, Herodes tetrarca de Galilea y Filipo, su hermano, tetrarca de la Iturea y de la Traconitide, y Lisania, tetrarca de Abilene…” No es un texto fruto de una personalidad  escrupulosa, hay una intención evidente por mostrar una ubicación verdadera a los acontecimientos.

Pasa como cuando recitamos el Credo, no sólo repetimos punto por punto, como papagayos desinteresados, los artículos que configuran nuestra fe, sino que nos recuerdan que de lo que se trata es de la revelación en la historia de un Dios que quiere ser conocido por el hombre. Y al que es amigo le ponemos cita, tiempo, lugar…