Dios crea al hombre a su imagen y semejanza y, antes de la fundación del mundo, nos elige en Cristo, para que seamos santos e irreprochables ante él por el amor. Nos ha elegido para la santidad, para hacernos partícipes de su vida. Este plan inicial de Dios el hombre lo rompe por el pecado. El hombre, con palabras del Concilio Vaticano II, por instigación del demonio, en el inicio mismo de la historia, abusó de su libertad, levantándose contra Dios (Gaudium et spes, 13). Pero desde ese mismo momento, Dios nos promete un plan de salvación: “pongo hostilidad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y su descendencia; ella te aplastará la cabeza cuando tú la hieras en el talón”. Un plan que pasa por la colaboración de una mujer. La Anunciación es un momento crucial en la realización del designio salvador de Dios. Es el punto clave en la historia de la salvación.

“Has encontrado gracia ante Dios”, porque Dios la ama. Dios nos ama porque Él es bueno, no porque nosotros hagamos las cosas bien ¡es la comunicación de su amor, de su bondad, lo que nos hace buenos y, por tanto, capaces de hacer cosas buenas (sólo quien es bueno puede obrar bien). No deberíamos olvidar esto ni darlo por supuesto nunca.

María ha sido íntimamente asociada al misterio de la Redención, que se anticipa en Ella, “la llena de gracia”, “concebida sin pecado”. Pero nada de esto exime la libre respuesta de María. Dios prepara la respuesta haciéndola capaz de responder a la invitación que le va a realizar. María dijo que sí porque quiso, pero pudo decirlo porque Dios la “hizo” libre ¡Y porque lo es muy particularmente responde que sí! No deberíamos dejar de maravillarnos por el hecho de que Dios haya querido, para sacar adelante su plan, contar con la entrega libre de una criatura (muy especial, pero una criatura) ¡Cuánto está dependiendo de la libertad de María! Los justos desde el seno de Abraham, los ángeles, como expectantes diciéndole: María di que sí. Nuestra libertad ha sido “liberada” para una entrega así. “Para esta libertad, Cristo nos ha liberado” (Ga 5,1) Qué lejos de la libertad del hombre moderno ¡Cuántas veces la empleamos para nuestros planes y caprichos y no para ponerla en sus manos! Y cuando nos los estropean nos enfadamos, nos ponemos de mal humor.

“He aquí la esclava del Señor”. El amor es lo que hace que la libertad se ponga en movimiento para darse. Entregarse a Dios es lo más razonable, pero en esta vida ninguna luz es cegadora si uno no quiere. Siempre se pueden “cerrar los ojos”. Por eso, el Señor está también a la espera de nuestro “hágase”.

No temas a lo que te pide, porque has hallado gracia delante de Dios. No temas porque para Dios nada hay imposible”. No temas a lo que te voy a pedir. Concebirás y darás a luz… No temas porque mi gracia precede a tu decisión. Así ayuda a su libertad, como tantas veces la nuestra.

Con la ayuda divina, ¡podemos!: siempre podemos dar fruto de verdadera caridad, de entrega. Porque Dios lo quiere. ¡Persuadidos de esto! Nuestra santificación es voluntad de Dios: “Esta es la voluntad de Dios: vuestra santificación” (1 Tes 4,3).