“Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre!”. Asistimos en este cuarto domingo de adviento a la primera procesión del Corpus Christi: la adoración del Verbo encarnado en el seno de su madre, colmando de este modo la esperanza mesiánica de toda la humanidad.

1). Isabel canta la llegada de la más bella custodia creada inmaculada por el mismo Dios, que porta al mesías prometido. Es testigo de que el verdadero adviento no es el que nosotros hacemos hacia Dios, sino que Él viene a nosotros, como sucedió en Ain Karem. La visita del Señor trae la gracia, el Espíritu Santo que se derrama en en Isabel. Es testigo de cómo El Salvador visita su viña, la cepa que plantó su diestra y que hace eternamente vigorosa. Ve brillar el rostro de Dios que salva a la humanidad. 

2) María es la nueva arca de la alianza, el nuevo templo de Jerusalén en que el Altísimo establece su morada entre los hombres. Isabel alaba la fidelidad de María a los planes del Señor y la llama dichosa, bienaventurada. 

3). La “Presencia”, como se llama también bellamente al don de la eucaristía, se da en el Cuerpo de Cristo. No hecho de piedra, sino de carne y hueso, humano y, por lo tanto, mortal y pasible. Es la “oblación del cuerpo de Jesucristo” —como afirma la carta a los Hebreos—, que culminará en su pasión, muerte y resurrección. Dios Padre entrega a la humanidad la ofrenda perfecta que debemos ofrecerle a Él, y no es otra que su mismo Hijo, el Verbo hecho carne. Su cuna de nacimiento es Belén de Efrata, como profetizó Miqueas.

4). Juan Bautista, en el seno de la madre, salta de júbilo como gesto de adoración y agradecimiento porque es visitado por el Altísimo. Y esta visita es santificante: en ese salto que da el precursor se contempla el bautismo de Juan, el don de la gracia que Cristo trae a la humanidad. Empieza por dársela al Precursor.

¡Maranatha!
¡¡Maranatha!!
¡¡¡Maranatha!!!