VIERNES 24 DE DICIEMBRE DE 2021: CON ÉL VIENE LA LUZ

En aquel tiempo, Zacarías, padre de Juan, se llenó de Espíritu Santo y profetizó diciendo:

«“Bendito sea el Señor, Dios de Israel”,
porque ha visitado y “redimido a su pueblo”,
suscitándonos una fuerza de salvación
en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo
por boca de sus santos profetas.
Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
realizando la “misericordia que tuvo con nuestros padres,
recordando su santa alianza”
y “el juramento que juró a nuestro padre Abrahán” para concedernos
que, libres de temor, arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia, en su presencia, todos nuestros días.
Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo,
porque irás delante “del Señor a preparar sus caminos”,
anunciando a su pueblo la salvación
por el perdón de sus pecados.
Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,
nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos por el camino de la paz» (Lucas 1, 67-79).

HABLA EL CORAZÓN: Nos visitará el Sol que nace de lo alto.

Explicaba hace unos años monseñor Jesús García Burillo, obispo emérito de Ávila, como Zacarías en el canto del Benedictus utiliza el símbolo de la luz para presentar al Señor como un Sol que amanece, cuya misión será iluminar a quienes viven en tinieblas y en sombras de muerte, es decir, ofrecerles la salvación mediante la liberación del pecado.

La luz que nosotros experimentamos bajo formas distintas y en situaciones tan diversas, Dios nos la da a conocer como su misma naturaleza. Dios es luz y fuente de luz: en ti está la fuente de la vida y en tu luz veremos la luz (Ps 36,10); el Señor es el único inmortal que habita en una luz inaccesible (1Tim 6,16). El evangelista Juan da testimonio de Jesucristo y nos anuncia lo que él ha visto y oído para que, al oírlo, también nosotros entremos en comunión con Él, y junto con Él, con el Padre y con el Hijo. Éste es el anuncio de lo que Juan ha experimentado: que Dios es la luz y en Él no hay tiniebla alguna (1Jn 1,5).  

Al revelarnos la esencia misma de Dios el evangelista nos descubre la verdad y la santidad de Dios. Juan expone esa característica de la esencia de Dios acompañándola de la relación que existe entre la luz y la tiniebla, símbolos de la verdad y del pecado. La luz (verdad) se opone a tiniebla (pecado): si decimos estar en comunión con Él y caminamos en la tiniebla, mentimos y no obramos en la verdad. Si, por el contrario, caminamos en la luz, como Él está en la luz, estamos en recíproca comunión y la sangre de Jesús, su Hijo, nos purifica de todo pecado (1Jn 1,6-7).

Porque Dios es luz, aparece como tal en sus manifestaciones gloriosas: Te has revestido de gloria y majestad, te has embellecido como con un manto de luz (Ps 104, 1-2); y la tierra brillaba con su gloria (Ez 43,2). El esplendor que mana de la claridad de Dios ha sido protagonista en algunas de sus teofanías. Particularmente en el episodio de la transfiguración, Jesús provoca una manifestación esplendorosa y gloriosa mediante el cambio de su forma habitual (transfiguración), a la que los Apóstoles estaban acostumbrados: Su rostro era resplandeciente como el sol y sus vestidos se hicieron blancos como la luz (Mt 17,2). Los Apóstoles quedan deslumbrados y desean continuar envueltos en aquella visión: hagamos tres tiendas.

Aquella transformación de la figura de Jesús revelaba a los discípulos elegidos que dentro del Jesús humano, por ellos conocido, existía entrañado un ser distinto, ahora descubierto por ellos. Esta revelación constituía para los Apóstoles un argumento más de fortaleza y de esperanza en los momentos de debilidad y contrariedad. En el Cristo sufriente de la pasión residía ya el Cristo glorioso que habría de manifestarse en la resurrección. Cuando ellos contemplaran al Cristo llagado de la pasión, sabrían que en aquella figura destrozada se hallaba la realidad del Resucitado. Después de esta visión los Apóstoles podrían decir con toda verdad que ellos eran testigos de la luz de Cristo, visión que sería confirmada ampliamente en los encuentros con el Resucitado.

HABLA LA VIDA: Vi a Cristo con gran Majestad

Santa Teresa reconoce frecuentemente su admiración por la humanidad de Cristo y particularmente la imagen de su pasión, dentro de la cual existe un misterio de amor y salvación: Era la imagen de Cristo muy llagado y tan devota que, en mirándola, toda me turbó de verle tal, porque representaba bien lo que pasó por nosotros (V 9,1); vi a Cristo con grandísima majestad y gloria, mostrando gran contento de lo que allí pasaba (V 34,17).

Y hoy los jóvenes repiten hasta la saciedad una canción, cuando se postran ante Jesús Eucaristía, que reza así:

Majestad, adora a su Majestad. A Jesús sea honra, gloria y poder.
Majestad, Reino y autoridad, luz y esplendor, manda a su pueblo.
A Él cantad.