LUNES OCTAVA DE NAVIDAD

San Juan 1. 1-18

«La Palabra se hizo carne, y habitó entre nosotros»… No nos dice nada, pero debería hacernos estremecer. No es tiempo de filosofías; la Navidad es para los niños… Miramos al Niño que tenemos en el Belén, miramos al Niño que hay junto al altar de nuestra iglesia. No nos cansemos de mirar… «La Palabra se hizo carne, y habitó entre nosotros»… En esta frase de San Juan se unen el Cielo («la Palabra») y el barro de la tierra («carne») merced a un «se hizo» que es el «te quiero» de Dios.

La Palabra de Dios, esa Palabra engendrada desde siempre en el seno del Padre, hoy ha comenzado a pronunciarse en lenguaje humano. Y, para el Hombre, esa Palabra que Dios ha contenido durante siglos y siglos es «te quiero»… Parece un niño como los demás, es un Niño como los demás, de carne frágil y quebradiza, como la tuya y la mía… Pero es Dios.

Le miramos de nuevo: Si le pinchas, sangra; si le acunas, duerme, si le cantas, se ríe, aunque todavía no sepa hablar… Ha venido para quedarse, para «habitar» en el mismo barro que nosotros, para hacernos compañía, que estábamos tan solos.

Escuchamos: es Dios quien habla, es su Palabra: «te quiero»… Escuchamos atentamente, porque este Niño es el grito de Dios: «si, después de haberme ofendido tanto, después de haberme despreciado tantas veces, Yo, que no necesito para nada de ti, decido agacharme y hacerte compañía, tomando una carne frágil como la tuya, para compartir tus penas, tus enfermedades, tus angustias y tu muerte … ¿Cómo es que aún vivimos como huérfanos, como «desamorados?”.

Dios, una vez más, nos ha sorprendido; se ha agachado, pero, en su abajamiento, se ha hecho Niño. Ahora tenemos que agacharnos nosotros, callarnos, hacernos niños como Él, y, abrazados a María Santísima, ser acunados en su regazo junto a ese Niño que es Dios gritando que nos ama.