DOMINGO II DESPUÉS DE NAVIDAD

san Juan 1, 19-28

Dice san Juan Bautista: “en medio de vosotros hay uno que no conocéis”. En estos días en que hemos vivido intensamente el nacimiento de Jesús, la afirmación del Bautista aparece como una invitación al examen de conciencia. ¿Verdaderamente conozco a Jesús? ¿Sé quién es? ¿Conozco la inmensidad de su amor por mí que le ha llevado ha nacer en la humildad de Belén?

Jesús es Dios infinito y se ha hecho hombre para que nosotros podamos tener una relación personal con Él, y que nos conoce hasta lo más profundo. Pero también quiere que nosotros le conozcamos a Él. Por eso las palabras del Bautista impresionan tanto.

Jesús se ha hecho hombre porque quiere ser amigo nuestro. No viene para establecer una relación superficial, sino para establecer un profundo vínculo de amistad.

Juan contrapone el bautismo de agua al del Espíritu Santo. El agua mostraba un deseo de conversión; el bautismo con el Espíritu Santo indica una transformación profunda de nuestro corazón liberándolo del pecado y capacitándolo para la amistad con Dios.

La Navidad, en la que Dios se nos presenta tan accesible desde el pesebre, es una buena oportunidad para iniciar un trato profundo con el Señor. Igual que fue creciendo en su vida en Nazaret también va a desarrollarse nuestra amistad con Él. Quienes iban a escuchar a Juan al desierto querían que su vida cambiara y él les indicaba que eso sólo podía hacerlo Jesucristo. Nosotros lo tenemos cerca.

Conocer a Jesucristo significa conocernos a nosotros mismos en el designio del Amor eterno de Dios; de ese amor que le ha llevado a hacerse hombre por nosotros y por nuestra salvación.

Que la Virgen María, la que mejor conoció a Jesús, nos ayude en este nuevo año a crecer en nuestro amor al Señor.