Estos días, en la primera lectura, leemos fragmentos de la primera carta de san Juan. En ella el Apóstol insiste sobre el Amor de Dios. Dios es amor, Dios nos ama y la señal distintiva de los hijos de Dios es el amor. En algún momento san Vicente de Paúl comentaba que san Juan ya viejito y retirado en Éfeso sólo hablaba sobre el Amor de Dios. San Agustín dijo de esta carta que en ella san Juan “dijo muchas cosas, prácticamente todas, acerca de la caridad”. Toda la revelación nos habla de la misericordia de Dios pero hemos de detenernos, con frecuencia, a pensar en ese amor eterno que Dios nos tiene y que, de una manera sorprendente nos ha mostrado en su Hijo Jesús.

De una manera especial nos lo dice hoy cuando leemos: “Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!”. En estos días, aún en el tiempo de Navidad, es bueno considerar el hecho de que el Hijo de Dios se ha hecho hombre como nosotros para que podamos llegar a ser hijos de Dios. Él lo es por naturaleza; nosotros por gracia y adopción. Esta noticia nos llena de alegría y también ordena nuestra manera de vivir. Por eso señala también san Juan que “todo el que permanece en él no peca”. Es, por nuestra unión con Jesús que podemos vivir según las enseñanzas del evangelio.

También hoy hacemos memoria del Santísimo Nombre de Jesús. Recordamos que el ángel le había dicho a José: “tú le pondrás por nombre Jesús, porque el salvará a su pueblo de sus pecados”. Al mencionar su nombre evocamos al que nos ha salvado de la esclavitud del pecado. También en el evangelio Juan Bautista se refiere a ese hecho con otra denominación. Lo llama “Cordero de Dios”, y señala que él es quien quita el pecado del mundo. Juan Bautista alude ya, veladamente, al sacrificio de la Cruz. Él, y sólo Él, es nuestro Redentor. Por eso es bueno invocar con frecuencia su nombre. Mirar y amar a quien se hizo hombre como nosotros para traernos la salvación. En la oración de poscomunión de esta memoria une nuestros nombres al nombre de Jesús. Dice: “Señor, la Víctima recibida que hemos ofrecido a tu majestad en honor del Nombre de Cristo infunda en nosotros tu gracia abundante, para alegrarnos también porque nuestros nombres están escritos en el cielo”. Ha sido Jesús, con su entrega y con el don que nos hace de su vida quien ha escrito nuestros nombres en el cielo.

Invoquemos, pues, con confianza el nombre de Jesús, y demos testimonio de él amando como él nos ha amado.