Ofrenda de Melchor:

Te traigo el oro, que simboliza tu realeza. Te veo débil e impotente, al cuidado de María y de José, pero sé que tú eres el Rey del mundo. No es mucho el oro que puedo darte pero sirve para reconocer tu soberanía. Cualquier poder mundano podría buscar una excusa para arrebatármelo, pero tú no. Sé que todas mis riquezas tienen su último origen en ti. Algunas me las he ganado con mi esfuerzo pero, ¿quién sino tú me diste la capacidad para obtenerlas? Por eso me doy cuenta de que debo poner todos mis talentos a tu servicio. Te Reconozco como mi Rey y Señor. Eres omnipotente y te me presentas necesitado. Yo, que no soy más que un mendigo ante ti, me creo, a veces poderoso y, sin embargo, ¡cuántas veces no experimento mi impotencia! Me pueden mis pasiones, me atan mis pecados, me atemorizan los peligros, … Jesús, quiero que seas mi Rey. El cofre que hoy abro ante ti, ojalá no se cierre nunca, para que siempre lo que he recibido de tu amor sepa devolvértelo con mi amor.

 

Ofrenda de Gaspar

Aquí está el incienso con el que confieso tu divinidad. Contigo el cielo ha bajado a la tierra. Dice un salmo: “suba mi oración como incienso en tu presencia”. Porque quisiste balbucir como los niños ahora nosotros podemos, por el Espíritu Santo que nos has dado, llamar a Dios Padre. Por tu encarnación te has hecho camino para el hombre y nos has enseñado a hablar con Dios con confianza, sabiendo que siempre nos escucha. ¡Me cuesta tanto rezar! No encuentro las palabras. Pero ahora que te veo pequeño suscitas en mi la ternura. El Dios que siempre cuida de nosotros con su Providencia se pone en nuestras manos. ¡Cómo no hablarte! Preguntarte quién eres, para que me abras tu corazón y me muestres tu infinito amor, y explicarte lo que le sucede al mío, tantas veces lleno de amargura y sin sabores, de frustración y resentimiento, de tristeza y angustia por el mañana, … Eres el Emmanuel, Dios-con-nosotros. Te adoro. Tú me sacas del egoísmo y me abres el camino del cielo.

 

Ofrenda de Baltasar

Eres Dios y eres Rey. Pero también eres hombre. Has querido hacerte uno de nosotros. Te traigo mirra. Tu cuerpo no es aparente. Tú eres de nuestra estirpe y condición. En todo igual a nosotros menos en el pecado. Ahora es un cuerpo que, desde el pesebre, se ofrece a los cuidados y las caricias. Con la Virgen María y san José quiero aprender a abrazarte y sentir la alegría de estar junto a ti. Pero en ese cuerpo, también, cargarás un día con el peso de nuestras culpas. Con tu humanidad verdadera, sin dejar de ser Hijo, vas a cumplir la voluntad del Padre. No puedo dejar de pensar en tantas veces en que por mi sensibilidad desordenada te ofendo, ni en los cuerpos enfermos y agrietados de los que sufren, sea por hambre, por maltrato, por enfermedad, por accidente, por la guerra, … Te traigo mirra, recordando tu pasión y tu sepultura. También como signo de que voy a seguir buscándote en los que hoy siguen sufriendo para servirte en ellos. Tu cuerpo ofrecido en la Cruz es también cuerpo que se nos acerca en la Eucaristía y se nos ofrece en la Comunión.