Viernes 14-1-2022, I del Tiempo Ordinario (Mc 2,1-12)

«Vinieron trayéndole un paralítico llevado entre cuatro». Uno de los textos más bellos que hablan sobre la amistad se encuentra en la Biblia: «Un amigo fiel es un refugio seguro, quien lo encuentra ha encontrado un tesoro. Un amigo fiel no tiene precio y su valor es incalculable» (Eclo 6,14-15). Así es, quien tiene un amigo tiene un tesoro. Y aquellos que llevaban la camilla del paralítico mostraron ser sus amigos de verdad. Aquellos cuatro sabían que su amigo pasaba una verdadera necesidad, una enfermedad incurable, y que sin su ayuda nunca podría salir adelante. Cuando oyeron hablar de Jesús y vieron sus milagros, inmediatamente supieron que tenían que llevar a su amigo ante el Maestro. Y se pusieron manos a la obra. Nada ni nadie les podía detener, ni el gentío que se agolpaba a la puerta de la casa, ni los respetos humanos por levantar el tejado, ni los comentarios de los escribas que murmuraban viendo la escena. Tenían que ayudar a su amigo en necesidad, y eso merecía toda la pena. ¡Eso sí que son buenos amigos!

«Viendo Jesús la fe que tenían, le dice al paralítico: “Hijo, tus pecados te son perdonados”». Todos tenemos a nuestro alrededor amigos que están pasando por problemas, por situaciones difíciles a causa de su familia, su trabajo o alguna enfermedad. Todos tenemos amigos paralíticos que no se pueden mover y no encuentran salida a su desesperado estado de postración. Y tú y yo debemos acercarlos a Jesús. En primer lugar, con nuestra fe; es decir, con nuestra oración. No olvides que lo que obtuvo la curación física y espiritual de aquel hombre fue la fe de sus amigos, que conmovió el Corazón del Salvador. Una fe que ora con perseverancia, que insiste a tiempo y a destiempo, que confía en los tiempos y planes de Dios. Y, por supuesto, en segundo lugar, ponerse manos a la obra: cargar la camilla y llevarla, en medio de dificultades, a los pies de Jesús. Con nuestro testimonio, con una conversación amistosa, con un trato amable y cercano, con una preocupación sincera por sus problemas, con una perseverancia que nada hace desfallecer… siempre acercaremos a nuestros amigos a Jesús.

«Pues, para que veáis que el Hijo del hombre tiene autoridad en la tierra para perdonar pecados —dice al paralítico—: Te digo: levántate, coge tu camilla y vete a tu casa». Aunque para los presentes la mayor necesidad del paralítico era su enfermedad que le impedía caminar, Jesús muestra su necesidad más profunda de perdón y misericordia. Así nosotros no podemos ver sólo los problemas materiales de nuestros amigos. También nos debe preocupar –¡nos debe “doler”!– la salvación de sus almas. Es cierto que hay obras de misericordia corporales: dar de comer al hambriento y de beber al hambriento, cuidar al enfermo, acoger al emigrante… Pero hay también obras de misericordia espirituales, a veces más importantes porque el hombre no es sólo cuerpo sino espíritu: enseñar al que no sabe, dar consejo al que lo necesita, corregir al que se equivoca, perdonar al que nos ofende, consolar al triste… Así sí acercamos a nuestros amigos a Jesús. ¡Aquí tienes un buen “programa” para ser un amigo de verdad!