Tengo que reconocer que en ocasiones me pone nervioso tanto testimonio. Parece que, si no has salido del mundo de las drogas, te has codeado con sectas satanistas, te entregaste a la prostitución o eras un blasfemo integrante de bandas callejeras…, no eres nadie. Páginas web y You Tube se llenan de “Impresionante Testimonio” “Conversión al límite” “Dios lo salvó” …. y mil títulos parecidos a cada cual más espectacular. Los ves y son simpáticos, te llenan el alma de agradecimiento a Dios por su misericordia, pero no tiene nada que ver con una vida de un cristiano de toda la vida, sin más sobresaltos que el hombre viejo que le da por querer salir a dar una vuelta de vez en cuando. Me preocupa más cuando conozco a algunos que se inventan su propio testimonio de conversión para hacerse un hueco en el top ten de los bendecidos de Dios. Conoces su vida perfectamente y sabes que están exagerando, y no poco, para que todo sea más dramático.

¿Pertenecía San Pablo a este segundo grupo? Estoy convencido que no, Dios toca el corazón, el alma y la vida de quien quiere y la transforma completamente. ¡Benditas conversiones! Pero además me he ido dando cuenta de algo muy importante. Detrás del “protagonista” – si en estas cosas puede haber más protagonista que el mismo Dios, hay unas personas que pasan desapercibidas: Una madre que reza por su hijo, un sacerdote que encomienda especialmente a ese bala perdida, unos amigos que se preocupan de su colega o un montón de almas contemplativas que rezan y se mortifican diariamente por la conversión de todos los pecadores. La Iglesia primitiva rezaría especialmente por los que les perseguían, y en especial por ese Pablo que tanta saña se daba en perseguirlos. Y el Señor escuchó su oración.

Entonces me pregunto ¿Por qué no yo? Un testimonio de mi vida sería aburridísimo, un sacerdote normal, en parroquias normales, con una vida normal, ocupándose de las personas de su parroquia, de su familia y sus amigos. Sin sobresaltos y bendiciendo la rutina. Me conformo con llegar al día de mi muerte siendo fiel al sacerdocio recibido y que se diga de mi que no era nadie. Seguramente igual que vuestras vidas: esposo, esposa, padre, madre, trabajador, ama de casa, religiosa, misionero, joven o anciano. Si nos pidiesen un testimonio no sabríamos que decir. Pero ¿Por qué no pedirle al Señor la gracia de estar en ese segundo plano? El rezar diariamente por la conversión de los pecadores, por los perseguidores de la fe, por los que hacen daño a la Iglesia -Cuerpo de Cristo-, desde fuera y desde dentro. Ser unos pequeños Anananías que, siempre aferrados al Rosario, pedimos por la conversión de los pecadores. Creoi que será mucho más entretenido si cuando -por la Misericordia de Dios-, lleguemos al cielo, decirle a Jesús: “Pues la verdad es que no tengo nada especial que contarte” y Él te responda: “Ven, que te voy a contar lo que has hecho en tu vida y tu ni te has enterado.”

La Virgen María es la gran intercesora, seamos muy marianos para unirnos a esa bendita tarea. Vamos a salvar al mundo con nuestra fidelidad, nuestra oración oculta, nuestra alegría, nuestra penitencia y también -como no-, pidiendo perdón por nuestros pecados. Todo eso no da para un testimonio, pero en manos de Cristo es de un valor inmenso. Dios cuenta con nosotros, pregúntate ¿Por qué yo no?. Id al mundo entero y proclamad el Evangelio.