Una vez escuché en una conferencia dirigida a un grupo de padres esta frase: “educar es todo eso que hacemos en el día a día cuando no tenemos la intención de enseñar nada”. ¿Qué quiere decir esto? Pues que los hijos aprenden principalmente de lo que ven hacer a sus padres y no tanto de lo que los oyen decir.

La autoridad para enseñar a otros es directamente proporcional a la coherencia entre lo que se dice y se hace. Jesús siempre denunció la hipocresía de los fariseos y maestros de la ley de su tiempo. Es más, invitaba a todos a hacer lo que decían que había que hacer con sus palabras, pero no lo qué estos maestros enseñaban con sus obras.

Hoy Jesús al descubrir este grupo de fariseos y a los que venían comisionados desde Jerusalén con la intención de investigar y denunciar sus enseñanzas; cuando se da cuenta de que le están tendiendo una trampa al preguntarle por la actitud de sus discípulos que comían sin lavarse las manos, Jesús les desenmascara y les aplica una palabra de Dios que por medio del profeta Isaías reprochaba al pueblo su hipocresía: “El culto que me ofrecéis está vacío”.

No se puede hacer una objeción mayor. Se supone que las oraciones y los rituales tienen como objetivo manifestar y acrecentar la unión entre Dios y su pueblo. Pero la realidad es que los fariseos y los letrados solo agradan a Dios con sus labios, pero su vida manifiesta justamente lo contrario. Son palabras vacías, huecas, cuando no falsas. Me pregunto qué es un culto vacío hoy en la Iglesia del siglo XXI. Supongo que tiene que ver con una práctica religiosa que no deja ningún fruto de conversión ni de caridad concreta. La experiencia lamentablemente muy extendida que tienen muchos creyentes de acudir a la iglesia sin que eso se traduzca en su vida. Es el drama de la separación entre la fe y la vida. Lo que Jesús reprocha no es el hecho de que esto suceda con el pueblo, sino que sean sus maestros los responsables de ello, los que les alienten a orar así.

Ayer escuchábamos como en el arca de la alianza solamente estaban las tablas de la ley. En definitiva, el mandamiento del amor a Dios y al prójimo. Pero el amor es concreto, como Dios es concreto. Por eso no hay nada tan alejado de la mente y del corazón de Dios qué un amor abstracto o ideal.

Es propio de los hombres que no quieren entrar en una relación verdadera con Dios transformar el simple y concreto mandamiento de Dios por tradiciones y mandamientos humanos. Jesús añade un ejemplo de algo que sucedía entonces y que probablemente sigue sucediendo hoy también. Frente al mandamiento nítido y claro de “honrar padre y madre” nos fariseos enseñaban que se podía negar la ayuda material que necesitan los padres so pretexto de ofrecer ese dinero en el templo. Dice Jesús que así invalidaban el mandamiento de Dios. En definitiva, se ponen por encima de Dios y le dan la espalda. Es posible que esta misma circunstancia se pueda dar hoy, pero resultaría extraño que alguien negarse la ayuda a sus padres por un fin tan noble como el sostenimiento de la Iglesia; hoy ni siquiera se disimula ni se engaña con un argumento aparentemente justo. Simple y llanamente hay quienes se consideran católicos y se desentienden de sus padres, tienen a sus padres en una residencia, pero siempre están tan ocupados que no pueden ir a verlos y los dejan abandonados. O cuántos padres se llaman católicos, pero nunca tienen tiempo para hablar con sus hijos, para jugar con ellos, para escucharlos.

El papa Francisco dice que esa es la “religión del decir”: digo que soy así, pero hago lo mundano.

Esto del decir y no hacer es un engaño. Sabemos que cuando nos encontremos con él en el último día, el Señor no nos va a preguntar qué hemos dicho de él, nos preguntará por lo que hemos hecho con él. Lo sabemos porque nos lo ha enseñado en el capítulo 25 del evangelio de San Mateo sobre el juicio final: cuando Dios pedirá cuentas al hombre acerca de lo que ha hecho con él. Esa es la vida cristiana, hacer: hacer la voluntad de Dios. En cambio, el solo decir nos lleva a la vanidad, nos lleva a donde estaban esos doctores de la ley a los que les gustaba aparentar como si fuesen unas majestades. Justamente lo contrario del Evangelio. Más nos vale hacer y no decir que decir y no hacer.