Me acaba de llamar una prima de mi madre, tía segunda se dice, ¿no? Me cuenta que esta mañana le han intervenido en el ojo derecho para quitarle la catarata cuya operación, debido a la pandemia, había quedado postergada. Le pregunto cómo está, me dice que se siente como el ciego del Evangelio de hoy, que va viendo a bulto, que empezó sin claridad, pero que ahora las cosas se van haciendo nítidas poco a poco. Nos reímos.

Me gustan los intersticios de los evangelios, quiero decir, además del meollo, las cosas que los evangelistas añaden para poner al lector en contexto. Los discípulos llevan a un ciego al centro de la aldea de Betsaida, delante de Jesús y delante de todos los paisanos. Y el Señor en vez de poner a la gente en posición de “ojo, que llega el milagro, atentos a la función”, le coge de la mano y se lo lleva lejos, para estarse a solas con él. Es una escena conmovedora y extraña al tiempo, porque Jesús usa su propia saliva para que el ciego empiece a ver.

La saliva suele ser una de las emulsiones humanas más desagradables. Nos da apuro beber del vaso de un desconocido. Llamamos baba a la saliva incosciente del anciano, una referencia al rastro correoso de la babosa, uno de los bichos más inquietantes salidos de las manos del Creador. La saliva golpeó el rostro de nuestro Señor durante su Pasión. Quizá un golpe de saliva en los ojos del Hijo de Dios le produjera mayor humillación que un golpe de caña porque, además de esa electricidad local que conlleva todo dolor, el desprecio es inmaterial, no se cuantifica, es demoledor, anega el cuerpo y el alma.

Está claro que el Señor estaba ejerciendo de Maestro en todo su esplendor. Se lleva al ciego de la mano, le va haciendo ver la realidad de menos a más, de la nada a los indicios, existe en su proceder como una pedagogía interior, progresiva. ¿Os acordáis de la frase del salmo responsorial de ayer?, “Dichoso el hombre a quien tú educas, Señor”. Es decir, feliz quien se deja hacer por el Señor, quien deja hacerse por su lenta pedagogía. Pero dejarse hacer en la vida real, no en nuestras intenciones o lecturas piadosas. ¿No os notáis cansados de tantas lecturas “espiritualistas” de los últimos años? Cada mes hay kilos de esta literatura en los estantes de las librerías religiosas, y hay mucho contenido de baratillo. Os recuerdo que estamos en una época de mucha “mermelada sentimental”, con hipertrofia de afectos y emociones. “Se ha producido una mutación emotivista” (Gregorio Luri), y también en nuestra vida de fe. Como dice una gran maestro de espiritualidad, “hemos hablado y escrito mucho en estos últimos siglos, pero hemos manifestado y revelado poco a través de nuestra humanidad”. Guau. El Señor está cansado del acopio de lecturas edificantes. El mundo ansía la conversión real de nuestros corazones, al estilo del buen samaritano, echándonos a los demás sobre los hombros.

Ésa es su lenta pedagogía, que vayamos viendo día a día qué pretende de nosotros. Y eso es cuestión de ponernos a prueba a diario, porque sólo en la acción Dios se deja ver en mi propia humanidad.