¿Has visto la facilidad que tenemos de discriminar? El ser humano ha nacido para poner fronteras. Un agrimensor, eso es lo que es. El que va midiendo palmos de terreno míos y de los demás. Qué pena gastar la vida así. Tú me eres desafecto y no me entiendes, pues estás fuera de mi territorio. Somos así, expulsamos con mucha generosidad a la gente de nuestro círculo de confianza. Es fácil crearse un enemigo. Porque no estamos hablando de tener enemigos para matarlos, sino enemigos para desconsiderarlos o dejarlos al margen. Hablo de enemigos de mi tiempo, de mis intereses. Le he preguntado muchas veces a la gente que habla conmigo si odian a los demás. El noventa por ciento se sorprende y me asegura que no odia a nadie. Todos somos capaces de responder así de claro, porque imaginamos que el enemigo es un persa y yo un espartano, entonces, claro, no existen enemigos. Pero si te pones a afinar, los enemigos de verdad son los que sufren nuestra falta de aprecio, nuestra desidia, a quien ninguneamos con placer. Y de esos nos salen legión.

El Maestro nos dice hoy, “piensa en cada ser humano como en un necesitado de tu afecto”. Esta frase es un arma nuclear absoluta, repítela y te darás cuenta. No es cuestión de ponerse a discriminar, sino de no parar de dar de lo propio. Dice el Maestro, “déjate poseer por mí y abandonarás la calificación de la gente”.

Prestad sin esperar”. Menuda propuesta. Es decir, prestad como quien pierde lo prestado. Desde el momento en que algo salga de ti para el otro, no esperes que retorne. No hay mejor definición de la libertad. Tengo un amigo cuya casa se parece a la mía, está llena de libros. Y como recibe a mucha gente y su círculo de amistades es muy propicio a la pasión libresca, le piden libros prestados. Esto, a los propietarios, nos hace mucho daño y nos pone ceñudos, porque vemos volar el libro en las manos ajenas y perderse. Visualizamos en un momento el proceso inmediato de la pérdida. Por eso, mi amigo ha decidido prestar los libros, vale, pero deja en la librería un papel con el nombre del interfecto que se llevó el libro, su teléfono y la fecha del préstamo. Ha hecho de su casa una biblioteca municipal. Ahora piensa tú en más ejemplos. ¿No ves cuánto estamos atados a las cosas?, ¿cuánto nos cuesta romper el cordón umbilical con lo propio? Hemos hecho cadenas de los cordones umbilicales con las cosas.

No juzguéis”. Imposible. Nadie se divierte tanto como un ser humano despellejando a otro. Es como comer palomitas, una vez que empiezas, a ver quién te para. Van cayendo como chinches, uno, otro, otro. Digo diversión pero podría decir maltrato, que para el caso es lo mismo. Hace años, un sacerdote santo me dijo que lo único que había que evitar en las convivencias con jóvenes es la manía de hacer grupitos, con sus correspondientes juicios y críticas. No le daba importancia a mucho más. Con el tiempo fui consciente de que tenía razón. Los juicios no son armas de fogueo, se disparan al alma y la dejan en carne viva.

En el Evangelio de hoy el Señor es muy preciso, porque nos conoce bien. ¿La solución?, “Señor, no puedo”, y sólo entonces le dejaremos pasar.