«Hasta mañana, si Dios quiere». De este modo tan bello, el lenguaje coloquial ha introducido desde tiempo inmemorial el abandono en la divina providencia del que hoy nos habla el apóstol Santiago. Cada día tiene su afán, y también sus contrariedades, lo que no sale según lo planeado: no sólo indica nuestros despistes (que hay muchos), sino también que no somos todocontroladores. Esta martilleante realidad nos incentiva a hacer muchas veces al día un acto de paciencia, de templanza y también de ofrecimiento a Dios. Esta es la respuesta cristiana a tales sucesos diarios y está enraizado en los consejos milenarios de los santos. Tiene muchas ventajas, de las que voy a indicar algunas.

—Nos ayuda a vivir con humildad, sabiendo que la vida va a pegar uno y mil palos al día a nuestra autosuficiencia. Esto nos aleja de sentirnos dioses de nuestra vida, controladores de nuestros sueños, ejecutores de nuestra propia felicidad (y no digamos ya de la felicidad ajena, de la que, a veces, nos sentimos diseñadores). Lejos de ser una humillación, que no se cumplan nuestros planes y deseos nos ayuda a no estar totalmente en nuestras manos, sino en las de Dios. Al fin y al cabo, ¿tú te puedes resucitar? ¿A que no? Pues entonces, descansa tu vida en las manos de Dios, que sí puede hacerlo.

—Nos ayuda a vivir con agradecimiento. Un día amaneces sin luz. Puedes quejarte, encresparte, desesperarte… o puedes dar gracias de todos los otros días que has tenido luz. Con tantas comodidades que tenemos, no podemos olvidar que cada vez que las disfrutamos, somos unos «regalados»: luz, agua, calor, coche, transporte público, internet, ordenador, hospitales, medicinas… Mirado con estos ojos, todo el día podríamos estar dando gracias.

—Nos ayuda a purificar nuestra mirada sobre el futuro. Anclarse demasiado a lo que está por venir, a sueños preciosos, a proyectos ambiciosos, puede generar una gran frustración vital si luego no llegan a cumplirse como pensábamos… cosa que sucederá casi seguro. Nuestra vida tiene proyección de futuro, tiene sueños y proyectos. Es una necesidad innata en el hombre y es muy bueno. Gracias a ello evolucionamos, se producen descubrimientos, se desarrolla la cultura (arte, música, etc.). Pero el apego a los proyectos puede ser desordenado, poniendo la etiqueta de la «felicidad» al cumplimiento de dichos sueños. El problema no es tener un sueño: es divinizarlo, idealizarlo de modo incorrecto. Al no cumplirse, infelicidad se convierte en el gran título que ponemos a nuestra película. Otro dicho coloquial que nos ayuda a contrarrestarlo: «Ya veremos. Dios dirá».

—Reduce el cortisol que generan el stress y las preocupaciones (esta conferencia me parece brutal). El 90% de las preocupaciones que tenemos no son situaciones reales, sino que se producen en la 20th Century Fox que tenemos en nuestra cabeza: la proyección de situaciones que pueden sucedernos en el futuro: «Si me echan del trabajo»; «Si voy a caer enfermo»; «Si se enteran de tal o cual cosa», etc. El miedo tiende a paralizar la vida, rompe los sueños legítimos, resta creatividad, genera incluso enfermedades físicas y psíquicas. Hasta en eso, vivir la confianza en la divina providencia nos ayuda a vivir con sencillez la vida presente, agradeciendo el aire de los pulmones, teniendo paz para afrontar el temporal que sea. Soy hijo de Dios. No necesito nada más.