Santos: Casimiro, confesor; Lucio I, papa; Basilio, Eugenio, Agatodoro, Eterio, Capitón, Elpidio, Efrén, Néstor, Arcadio, Leodowaldo, obispos; Cayo, Cirilo, Focio, Arquelao, Cuadrado, Acacio, Quirino, mártires; Adrián, obispo y mártir.

Su biógrafo primero fue Zacarías Ferreri, humanista italiano enviado por León X a Polonia, poco después de la muerte del santo, para recopilar los datos fiables.

Casimiro fue nieto de Ladislao II, rey de Polonia, que se llamaba Jaguelón, duque de Lituania. Nació el 3 de octubre de 1458 en el castillo de Wavel, en Cracovia. Su padre es Casimiro IV, el rey de Polonia y también gran duque de Lituania desde 1447; su madre, Isabel, princesa de Austria. El matrimonio tuvo trece hijos y nuestro Casimiro santo es el segundo de la tanda. Por el contenido de la carta que Isabel escribió a su hijo Ladislao se aprecia la condición de mujer piadosísima y entregada de corazón a la educación de todos sus hijos.

Casimiro tuvo muy buenos preceptores durante su niñez y primera juventud. Uno de ellos fue el polaco Juan Dlugosz, gran latinista, canónigo, consejero del obispo, que rechazó los honores que llevaban anejo un precio –como el de no aceptar el arzobispado de Praga– y tan defensor de los derechos de la Santa Sede que le costó el destierro; el otro puntal que aseguró sus principios fue el humanista italiano Filipo Bonaccorsi, miembro de la Academia Romana y refugiado en aquel tiempo en Polonia por haber suscitado envidias en los ambientes romanos. Ambos debieron apoyar la formación proveniente de la madre desde todos los ángulos, porque a la piedad del chico se añaden ayunos y penitencias propias de persona ya iniciada en las lides de la ascética: en lo privado, ayunos y dormidero en el suelo; renuncia al boato de la corte y escapada de las fiestas palaciegas, en lo público.

Tuvo Casimiro una devoción especial a la contemplación de la Pasión de Cristo, fomentada por las noticias que traían los cruzados al regresar de los Santos Lugares, hasta el punto de que le llevaba con frecuencia a derramar lágrimas. Más de una noche la pasó visitando iglesias. Aparece como consuelo de pobres, necesitados, prisioneros, desterrados y enfermos, que le encuentran disponible para recibir limosnas, compañía, atención y consuelo. Otra faceta suya es la búsqueda de la verdad y de la justicia al enfocar los asuntos de gobierno y mostrar celo por la propagación de la fe católica, favoreciendo la lucha contra los herejes husitas y wiclefitas que abundaban en el centro de Europa.

Como su talante es alegre, emprendedor, listo, trabajador, equilibrado y despierto, le propusieron matrimonio con la hija del Emperador Federico II, pero Casimiro no quiso.

Fue aspirante al reino de Hungría que le correspondía por derecho materno; en 1471 hubo un intento de coronación, pero no pudo ser porque el papa Sixto IV intervino contra sus intereses para no dividir a los reyes cristianos ante el constante peligro turco, aunque consta que Casimiro nunca desertó de la defensa de sus legítimos derechos.

Se acercó por primera vez a Lituania en 1475, y, asociado a la labor de gobierno de su padre, se ocupó de la administración del ducado desde el 1483, pero fallecería muy pronto.

Murió tísico el 4 de marzo de 1484, con veinticuatro años de edad, y recibió sepultura en Vilna, la capital de Lituania, en la capilla de Nuestra Señora, lugar que él mismo eligió. Supo que le llegaba la muerte y la esperó con serenidad, recibiendo los Sacramentos, clavando los ojos en el crucifijo e invocando a la Virgen María. Por cierto que, cuando en el año 1604 descubrieron incorrupto su cuerpo, vieron que sobre el pecho tenía el Omni Die, un himno a la Virgen de sesenta estrofas de seis versos cada una, que aunque se le atribuyó en un primer momento, fue probablemente compuesto por San Anselmo de Cantorbery, y gracias a su devoción a la Virgen no se perdió.

Lo canonizaron en 1521, después de que su culto ya se había extendido por su tierra natal y de que abundaran los milagros ocurridos en torno a su tumba atribuidos a su intercesión.

Como Santiago en Clavijo y san Andrés Corsini en Anghiari, aparece en caballo blanco, vestido de rojo púrpura, dando el triunfo a sus huestes. Se le considera la gloria de Vilna y se le invoca contra las enfermedades del cuerpo; las mozas casaderas acuden a él en demanda de ayuda delicada para encontrar novio.

Fue el príncipe de las esperanzas que no llegan a término. Ni reinó en Hungría, ni gobernó Lituania, ni se casó, ni ganó las batallas; ni siquiera tuvo vida larga para poder disfrutarla. ¿Será que la Providencia va tronchando poco a poco las esperanzas? ¿O será que aún hay que aprender de Casimiro la lección de que la esperanza «pata negra» es esa virtud que tiene cumplimiento cabal solo cuando esta vida se acaba?