Tras la llamada de Jesús a Mateo, éste prepara un gran banquete para celebrar, fruto de la alegría de saberse llamado por Dios e invita a sus amigos, como dice el Evangelio, “había un gran número de publicanos y de otros que le acompañaban a la mesa”. Saberse llamado por Dios es siempre fuente de gozo profundo y una gran alegría, por ello resulta muy humano celebrarlo. No olvidemos que Dios no deja de pronunciar nuestro nombre cada día, de llamarnos por nuestro nombre y repetirnos tú eres mío (cf. Is 43, 1) Dios sueña con nosotros ¿Alegra esto nuestro corazón?

Y en medio de esta alegría aparecen de nuevo algunos fariseos incapaces de participar de la alegría de Jesús por la respuesta de Mateo y la de este por saberse querido y elegido por Jesús. Y, como siempre se resisten a la gracia. “Y murmuraban los fariseos y sus escribas decían a los discípulos de Jesús: ¿Por qué coméis y bebéis con los publicanos y pecadores?” Se escandalizan de Jesús se acerque a los pecadores porque ellos se consideran libres de impureza, de pecado. La respuesta de Jesús les deja en evidencia: “no tiene necesidad de médico los sanos sino los enfermos”. No pocas veces el Señor nos tiene que reprochar con estas mismas palabras cuando no reconocemos nuestros pecados o les quitamos importancia. Y, entonces, no tenemos parte en el perdón y la gracia de Cristo. Quien reconoce su pecado tiene siempre en sus manos la superación del pecado: acudir a Jesús y dejarse perdonar. Siempre podemos levantarnos de nuestras caídas porque el Señor hace nuevas todas las cosas (cf. Ap 21,5).

Nosotros podemos perder el sentido de pecado y quedarnos sin el único Médico que puede sanarnos. En este tiempo de cuaresma hemos de pedir ser consciente de nuestros pecados. Dar importancia a un solo pecado venial. Pidamos tener sentido del pecado. Son muchas las omisiones y ofensas a Dios a las que no damos importancia: faltas de rectitud de intención, de caridad, de pereza, impaciencias, juicios negativos sobre los demás, indiferencia ante el dolor ajeno, envidias, rencor, demasiadas distracciones en la oración o cuando estamos en lo iglesia; caprichos, cambios extemporáneos de humor, faltas de gratitud con quien nos sirve, tentaciones de sensualidad que aún sin consentir son blandamente rechazadas, blandenguería y falta de fortaleza con quienes tenemos el deber de formar o ayudar, rigidez en e! trato, falta de cordialidad y de alegría en el trabajo o en la familia, vanidad en todas sus formas, falta de visión sobrenatural al enjuiciar las cosas y los acontecimientos…

Para entablar decididamente la lucha contra el pecado que Dios espera de cada uno, es preciso reconocer sin ambages nuestras culpas cotidianas. No quitarles importancia ¡No es así como se supera el pecado, no es así como se conduce a la paz, sino reconociendo! El pecado se “supera” con las lágrimas, con el dolor de amor, que es ya un don de Dios que hemos de pedir. Con la muerte de su Hijo muestra cómo Dios se toma en serio el pecado ¡Qué diferente al planteamiento humano! Bueno… tampoco es para tanto…

Que María, Refugio de los pecadores, nos ayude a acudir al trono de la Misericordia sin temor, con alegría y agradecimiento.