1. Pedro hace una pregunta oportuna. Desde nuestra conciencia autosatisfecha por el cristianismo de consumo masivo, nos reímos un poco de él, como si no se hubiera dado cuenta de que hay que perdonar siempre. Pero, ¿no surgen siempre dificultades para perdonar? ¿No encontramos objeciones continuamente para hacerlo? Gracias Pedro por tu pregunta.
  2. Preguntarme: ¿A quién tengo que perdonar? ¿Alimento mi memoria con el recuerdo del daño o el desprecio que me han hecho otros? ¿Me atrinchero en el rencor para defenderme de mis limitaciones y defectos? ¿Me desahogo con otros para que me confirmen en la animadversión que siento por algunos? ¿Me alegro cuando a mi “enemigo” le salen las cosas mal?
  3. Jesús responde que hay que perdonar siempre. No es un consejo, sino un mandato que va acompañado con una seria advertencia: “Lo mismo hará con vosotros mi Padre celestial, si cada cuál no perdona de corazón a su hermano”. Tomarme en serio el perdón. Darme cuenta de que Jesús me ha perdonado. Por mis pecados está en la Cruz. Desde la Cruz imploró el perdón para los que le maltrataban.
  4. Ante la Guerra de Ucrania, una oración que rezó el papa Francisco el pasado miércoles. La escribió un obispo italiano. En ella se implora el perdón:

Perdónanos la guerra, Señor.

Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten misericordia de nosotros pecadores.
Señor Jesús, nacido bajo las bombas de Kiev, ten piedad de nosotros.
Señor Jesús, muerto en brazos de la madre en un bunker de Járkov, ten piedad de nosotros.
Señor Jesús, enviado veinteañero al frente, ten piedad de nosotros.
Señor Jesús, que ves todavía las manos armadas en la sombra de tu cruz, ¡ten piedad de nosotros!

Perdónanos Señor,
perdónanos, si no contentos con los clavos con los que atravesamos tu mano, seguimos bebiendo la sangre de los muertos desgarrados por las armas.
Perdónanos, si estas manos que habías creado para custodiar, se han transformado en instrumentos de muerte.
Perdónanos, Señor, si seguimos matando a nuestros hermanos, perdónanos si seguimos como Caín quitando las piedras de nuestro campo para matar a Abel.
Perdónanos, si seguimos justificando con nuestro cansancio la crueldad, si con nuestro dolor legitimamos la brutalidad de nuestras acciones.
Perdónanos la guerra, Señor. Perdónanos la guerra, Señor.

Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ¡te imploramos! ¡Detén la mano de Caín!
Ilumina nuestra conciencia,
no se haga nuestra voluntad,
¡no nos abandones a nuestras acciones!
¡Detennos, Señor, detennos!
Y cuando hayas parado la mano de Caín, cuida también de él. Es nuestro hermano.
Oh Señor, ¡pon un freno a la violencia!
¡Detennos, Señor!

Amén.